Éste fue uno de los primeros temas que tratamos en la asignatura de filosofía, allá en año 2000 y pico, en el curso de 2º BUP, cuando apenas era un joven pensador.
Nos tocaba entregar a los alumnos a mano de D. Josep Maria Llauradó Pons, una cara únicamente por delante (de un DIN A4) sobre un tema que realmente me tocó y me seguirá tocando para el resto de mi vida, y seguramente para el de todos los que leen ahora esta pequeña y resumida obra de apenas 1000 palabras, las cuales voy a apurar y las cuales os atraparán.
Y es que si en su momento el profesor me puso un 9,5 sobre información recopilada de artículos de varias revistas científicas y otros tantos artículos que flotaban perdidos sobre la basta red, para al final llegar a escribir sobre el alma, la conciencia y las neuronas; ahora y gracias a esa asignatura podría decir que tras la experiencia de un treintañero puedo tener mi propia opinión al respecto, y no aún del todo clara, o al menos, como me gustaría.
Es cierto que, debería remontarme a la edad de tres o cuatro años, para ponerles en situación de alguien que, cuando se desvestía para irse a dormir, notaba sobre su espalda una mano, de un ente o algo, que no estaba allí. Diríamos pues, que siempre tuve predilección sobre lo oculto.
No fue hasta que tuve los dieciocho, que le conté a mi madre lo que sentía aquellas noches. Mi madre entonces nos contó que ella en aquellos tiempos veía una mano aparecerse de entre la oscuridad del salón, hasta que llegaba a su cama.
De locos, ¿cierto?
Tras la muerte de uno de sus hermanos, tío mío, al que nunca conocí, ella cambió. No recuerdo hasta qué punto, pues yo la conocí con agorafobia entre otras tantas fobias. ¿Tal vez porque su hermano (al que más quería) muriera en un accidente de tráfico?
Podría omitir el dato de que tuvo que ir a un psicólogo, tomar medicación, y hasta que acabara yendo a visitar a un vidente, pero si omitiera este dato, dejaría de lado el tema del alma, cosa que no quiero dejar en el olvido, pues lo retomaré más adelante.
Cuando empecé la carrera (de Arquitectura Técnica), un profesor de “Materiales de la construcción”aficionado a la radiestesia, nos explicó cómo captar una serie de energías sutiles que emanaban de la tierra, explicándonos que si podían afectar a los materiales pétreos, entonces lo haría sobre las personas, pudiendo incluso éstas a contraer cáncer.
¡Eureka! Alguien había despertado de nuevo mi interés sobre lo oculto que hacía tiempo que estaba dormido, pues para localizar aquello se debía usar un péndulo y unas varillas.
Y sí, aquel péndulo se movía rápidamente, e incluso las varillas se cruzaban como los rayos cuando volvía a casa por vacaciones y me ponía a correr sobre el asfalto frente a mi casa.
A lo largo de los años fui practicando, aunque poco, hasta que conocí a mi exsuegro. Ya era aparejador, con el actual trabajo de tasador de viviendas.
Me animó a que realizara un curso de radiestesia al que había asistido él y así lo hice.
Poca cosa nueva, aunque mostré interés por la arquitectura sagrada. Supuestamente las catedrales están ubicadas en puntos de poder, etc. Aunque más interesante fue que la mujer de este hombre decía ser maestra de Reiki. ¿Qué sería eso del Reiki?
Asistí al primer curso de Reiki (meses más tarde al segundo y tercero), en el que se nos decía que somos canales de energía, y que gracias a ello podemos ayudar a sanar a las personas a través de las manos. Tras acercar mi mano a mi cuello sin tocarlo, empecé a notar un abrasamiento del mismo. ¿Cómo es que antes no había notado esta sensación?
Llegué a casa y esa misma noche puse mis manos en paralelo y empecé a notar como si tuviera un balón entre las mismas. Acabaron convirtiéndose en dos imanes que se repelían a lo largo de la práctica y de las semanas.
Como tasador, empezaba a visitar viviendas y a captar zonas geopatógenas con mi cuerpo, sobretodo como una presión dentro del cerebro. Sin que la gente me dijera nada, entraba en sus dormitorios y les señalaba el lugar exacto en la cama donde la gente enfermaba. Incluso acertaba el lugar donde alguna persona había fallecido.
Ya con una web, y más de 15.000 visitas en apenas un año, ante algo, que no podía terminar de explicar y que no tenía explicación científica, acabé por cerrarla.
Mis amigos me ponían a prueba haciendo que yo pasara mis manos alrededor de su cuerpo para acertarles allá donde les dolía algo (sin tocarles).
Acabaron llamándome Energy, y aún algunos lo hacen.
Pero la triste o satisfactoria realidad, según cómo se mire, es que si no había explicación para todo aquello es que yo también había creado un transtorno mental, por culpa de la autosugestión. Sí, esa era la explicación más razonable, gracias a los amigos más escépticos, que me ayudaron a abrir los ojos.
Pero gracias a todos estos años llegué y sigo llegando a varias conclusiones.
El alma, es fruto de nuestra imaginación. Toparse con algo relacionado a ella es autosugestionarse a su existencia, la cual, no se puede probar.
La mente es maravillosa. Eso que dicen: “Creer, es crear” va más allá, pues yo diría “Creer, es sentir”.
Así pues, si desde pequeños nos inculcan con unas creencias. ¿Cómo no se va a sentir que esas creencias son ciertas?
Si posees una mente sugestionable, tendrás la suerte y el defecto de sentir, que mucho es cierto.
Discernir entre una verdad y otra, será cosa de la moralidad de cada uno o de probar su existencia real, y no mental (de la mente).
Que si como humanos llegamos a sentir cosas fascinantes gracias a la mente, ¿cómo es que no la usamos más a menudo para satisfacernos?
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