Estaba desolada. Con siete años -“para ocho”- no entendía en absoluto a los adultos. La bronca que su madre le había echado hacia un rato era un ejemplo mas de ello. ¿Qué había de malo en recoger a un pobre gatito de la calle, con lo escuálido que estaba y el frío que hacía por la noche?
No hacia mas que lloriquear mientras se columpiaba en el viejo columpio del árbol, a unos cien metros de su casa, cerca de la playa. El gatito, de unos tres meses, se había acurrucado cómodamente en su regazo y dormitaba. Su mano reposaba en su cabecita, acariciándola. La playa era un sitio fascinante, aunque le daba un poco de miedo cuando anochecía.
De pronto la descubrió. Una niña mas o menos de su edad se acercaba a ella. No la había visto antes. Venía de la playa. Se sorbió los mocos y con la manga se enjugó la última lágrima. El gato saltó al suelo y salió corriendo.
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Era el último planeta de los sistemas solares en el brazo de Orión de la Galaxia con el perfil adecuado. No sabía nada realmente del grado de inteligencia de la especie. En los últimos 5600 planetas visitados se había encontrado con especies de inteligencia entre los grados 4 y 49 de la escala de WUXO. Sólo con ver la pinta de la superficie y la composición de la atmósfera sabía que se encontraría con los típicos especímenes producto de la química del carbono, el oxígeno y el hidrógeno y compatibles tan solo con un estrecho margen de temperaturas y estructuras rígidas y frágiles. En fin, nada fuera de lo corriente.
Acababa de salir del agua. Dejar la nave en el fondo del mar era la mejor forma de camuflaje. Aunque llevaba ya un año terrestre fuera de su planeta, no sentía ninguna añoranza. De hecho, los habitantes de Krun no conocían nada similar a los sentimientos. Al estar situado en la parte mas central de la galaxia, el núcleo, las comunicación con civilizaciones vecinas eran muy fluida, al fin y al cabo la densidad de estrellas y planetas en esa zona era tremenda. No eran muchos los habitantes de Krun que creyeran que existían sistemas inteligentes basados en la química del carbono, pero el último año había sido revelador. Al parecer, las condiciones de enrarecimiento de materia en la periferia de la galaxia favorecía la vida basada en esa química exótica. ¡Y algunas formas de esa vida poseían grados de inteligencia nada despreciables!
Para cualquier habitante del planeta en el que se encontraba su aspecto resultaría repugnante. Pero disponía del elemento fundamental a la hora del contacto, el “regulador de aspecto mimético”. Cambiando su densidad y color podía mimetizarse con cualquier espécimen a la vista. Según levitaba sobre la arena de la playa los números fluían desde su sistema cognitivo a la memoria de la nave: 12768956342 granos de arena, 67349825 hojas en el bosquecillo al que se dirigía, 7564 conchas de crustáceos diseminadas por la playa, etc.…
Cuando descubrió al individuo, la información nuevamente fluyó a través de su cuerpo de forma natural: cuerpo con estructura rígida interna, temperatura superior a la ambiente y sistema nervioso central. Peso de 30 kg, densidad de 1.04, simetría externa de grado dos con órganos sensoriales localizados en protuberancia portadora de sistema central de inteligencia. Grado en la escala WUXO: 34. Decidió mimetizarse con él y transfirió automáticamente la información importante para la comunicación del cerebro del individuo a su sistema cognitivo.
– Hola- dijo la niña
– Hola- contestó él.
– ¿Cómo te llamas?
Una lectura rápida de los nombres acumulados en su memoria le dio la respuesta adecuada:
– Laura, ¿y tu?
– Ana. Una amiga mía del cole también se llama Laura…
-¿Eres nueva?
– Si, acabo de llegar aquí -dijo él con cautela
Se contemplaron durante un breve instante. Al cabo de un rato, ella prosiguió la conversación.
– ¿Te gusta mi columpio?
– Sí, ¿quién lo hizo?
– No lo se, ya estaba aquí…
A pesar de la novedad, Ana no podía quitarse de la cabeza la discusión con su madre. Entonces le preguntó:
- Oye, ¿tú quieres a tu madre aunque te riña y se enfade contigo?
No estaba preparado para esa pregunta. Un mar de emociones- aunque el no sabía que se llamaban así- la acompañaba. ¿Qué era una madre, qué era querer, qué era enfadarse?… Nada de ello tenía sentido. Nada de ello correspondía a la actividad racional de una inteligencia de grado 34. Intentó leer en la mente de la niña pero lo que encontró le aterrorizó, o mas bien, disparó sus alarmas de autodefensa. Aquel individuo utilizaba una forma de conocimiento totalmente ajeno a la lógica, un idioma completamente extraño para él. Había que actuar urgentemente, la situación se había descontrolado. Se hizo transparente y huyó hacia la seguridad de su nave, en la playa.
La niña no salía de su asombro. ¡Su nueva amiga había desaparecido de repente! ¿Había dicho algo malo?
Entonces recordó la primera impresión que le había producido la aparecida. Había algo raro en sus ojos, como si nunca hubiesen llorado…
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Trasmitió la información urgentemente a la base, a 30.000 años luz de distancia. Había descubierto una nueva forma de conocimiento y comunicación en la galaxia. Una forma que nadie mas conocía. ¿Estaban frente a una raza superior?
Decidió esperar. No era prudente descubrirse ahora, esperaría hasta la noche para el despegue. Quizás alguna de las esporas inteligentes de un planeta vecino supiera cómo actuar.
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