A veces conversar se hace tedioso, siempre se dicen las mismas cosas, preguntas retóricas, respuestas manidas. Estamos rodeados por personas ya conocidas, nuestro entorno en raras ocasiones se agranda, es más probable que el círculo se estreche. Cuando nos movemos a diario se nos presentan variadas ocasiones en que debemos comunicarnos, hablar, pedir, excusar. La vida cotidiana nos exige estos peajes, no somos nosotros solos, somos más y lo que somos se configura porque el resto también existe. Es un continuo trasvase de comunicación, no siempre oral, entre uno mismo y los demás. Hasta ahí todo parece claro y sencillo: el hombre como animal social, político, hecho para vivir en comunidad. Llegados a este punto, la cuestión que me planteo es la de si es necesario interpretar siempre un papel, el nuestro, que no sé si se nos presupone desde que nacemos o lo vamos elaborando conforme avanza nuestra vida. No es un papel único, es polivalente, desarrollamos diferentes personajes para cada momento y lugar. Las coordenadas espacio-temporales nos marcan el “cómo” que iremos interpretando. Desde que nos levantamos hasta que nuestro organismo cesa en la actividad externa, buscamos ese disfraz que nos acompaña continuamente. Con los nuestros somos de una forma, con el resto de otra, hay que acomodarse, responder como se espera, fingir si es necesario… ¿qué sentido tiene esto? Son pocas las personas que se muestran tal y como piensan, con coherencia en sus actos, ejecutados de acuerdo a las premisas mentales que defienden. Cuando nos damos de frente con alguien así, lo denominamos raro ¿por qué raro? Porque es inusual que haya algún hombre o mujer que diga al mundo: soy así y así veo las cosas, y no voy a decirte que esto es blanco si es negro, ni que aquello es bonito si pienso que no lo es. Nos hemos hecho a la pauta de esperar educación, buenos modales, comportamiento cívico sin mirar en el fondo del asunto, sin preguntarnos si esa tela que cubre nuestras formas de actuar y hablar es sincera o se teje de acuerdo a unos hipócritas modos de ser. ¿Somos como aparentamos o diferentes? No hay necesidad de halagar por halagar, ni estar de acuerdo por no provocar discusiones. Como no es veraz la actitud de negar evidencias o llevar la contraria a cualquier precio. Cuando escucho a los políticos observo reacciones que me llevan a cuestionarme sus principios y su propia ideología, ¿es posible que por ser de determinado partido siempre se vean las ideas del contrario negativas y carentes de razón? ¿no hay nada que el otro opine que no sea digno de elogio o asentimiento? Es algo ilógico e irracional. Si alguien no te cae bien, ¿todo lo que diga es erróneo? Confundir educación con asentimiento es un lastre que empieza a pesar en los comportamientos. Cuando se habla con alguien de determinados temas espinosos, supone una falacia no querer dar nuestra opinión porque sabemos de antemano que el otro piensa de distinta forma y cualquier desliz o palabra sincera, puede generar malestar. En este caso ¿de quién es el problema? ¿Mío porque pienso así o suyo porque piensa lo contrario y no va a saber aceptar lo que le digo? Intentar analizar este problema es harto difícil. La sinceridad no es una actitud defendible hoy en día, aparte de las reminiscencias religiosas que conlleva teniendo en cuenta que tiene sobre sí el dudoso mérito de ser uno de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios: no levantarás falsos testimonios ni mentirás. Dudando como dudo de que incluso los acérrimos creyentes y practicantes sigan a rajatabla este imperativo, me parece que debería aparecérsenos como un imperativo categórico al modo de Kant, un deber por el deber.

Decir qué nos parece algo o subrayar que pensamos esto de este tema, es como dar a conocer al mundo que tienes el pelo castaño o mides un metro setenta centímetros, forma parte de ti y nadie te lo puede cuestionar. Pero se pone en tela de juicio lo que pensamos porque se nos puede hacer cambiar de opinión si quien nos maneja tiene la suficiente pericia y maña. No interesan pensamientos puros y vírgenes, porque, a fuerza de dejarles ser como son, se pueden volver inamovibles. Es mejor moldear, adoctrinar. Muchos pensando muchas cosas no generan nada bueno, pero muchos pensando lo mismo, a ser posible lo mismo que pienso yo, es otra cosa, ahí ya hay materia para construir algo. Se lucha de continuo contra el relativismo. Qué trabajo tan grande intentar agradar a tantos, con tan diferentes necesidades e inquietudes, mejor satisfacer a muchos, pero con pocas ideas. Cómo permitir que cada quien piense que puede hacer lo que quiera con su cuerpo, salud, ocio, horas de labor o que elija la forma en que dejará este mundo. No, mejor redactar unas pocas posibilidades de actuación y luego agrupar gente que piense más o menos así y emparejarlos con esos esquemas de comportamiento. Si cada uno hiciese lo que quiere, esto sería un caos, pero es seguro que saldrían a la luz pensamientos semejantes, personas que pensasen de similar manera sin por ello estar impostando una forma de ser. Lo que va contra toda lógica es forzar posiciones intelectuales, para así provocar un acercamiento porque conviene y se va a obtener un beneficio posterior; porque en ocasiones el ser sociable se confunde con el “comulgar con ruedas de molino”. Cuando se nos pide opinión sobre algo, lo único que se espera es la reafirmación de lo que ya se piensa de antemano. El escuchar algo en sentido contrario sin duda es una sorpresa para el que quiere saber lo que pensamos. Es una situación inaudita, ¿cuándo entonces dar voz a nuestros gustos? ¿por qué la hipocresía y la necedad? ¿hay verdadera necesidad de todo esto?

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