Al recorrer el camino de la vida, te das cuenta que no todo fue en vano, qué muchas veces caminaste tanto que no podías más, recorriendo por aquel desierto, cuyos pasos andados eran lleno de incertidumbres, de confusiones, del que ya no sabías como salir más.
Muchas veces la vida fue tan injusta que a través de los pensamientos del misterio de la mente, salían exclamaciones como: Maldita sea! , Maldita mi vida! mientras tus sueños se desvanecían como aquel cigarrillo que carcomía tus huesos de tanto dolor, porqué a mí? por qué ahora estoy en medio de la tempestad, saboreando la arena de la soledad y tan sediento de amor? Mirabas al cielo y en ese alzar de miradas, tu mente se transportó a aquella puerta sin salida, pedías a gritos piedad, por ti, por todo lo vivido, por no volver a sentir ese dolor tan intenso en el pecho, pero tu voz era solo un eco en medio del gran silencio de la naturaleza.
Pero a pesar de eso, tus pasos nunca fueron falsos, caíste como aquella última hoja de esa flor, de esa única flor que encontraste en medio del desierto, pero al caer y mirar a tu alrededor, te diste cuenta que no era la vida quien te dejó caer, te diste cuenta, que fuiste tú quien cayó. Fuiste tú quien permitió caer, fue ahí donde te diste cuenta que eras como un diamante que nadie pudo descubrir, porque estaba lleno de capas de amargura, lleno de tanta melancolía, escondiendo así a la verdadera luz de aquel balcón mágico que transformaba por completo tu ser.
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