FICTICIA.
Ficticia lleva el mundo en su pantalla de mano,
en dedos que cierran encuentros cargados de furia.
Pedidos de auxilio que colocan en espera
nuevas oportunidades para la huida.
Ficticia postea frases gastadas en radios nacionales.
Justifica sus traiciones
con canciones que no le pertenecen,
con estribillos de los cuarenta principales,
y con el pogo más grande de su cajita de rencor.
Ficticia derrama lágrimas inflamables.
Riega chicos en línea que arden a lo bobo.
Sobre mechas que se derriten con la chispa de su despecho,
de su lugar común de preferencia, su excusa perfecta,
sobre nenes que doran a fuego lento
sus perfiles con más me gusta.
Ficticia arroja plumas en muros de desconsuelo.
Siembra pistas fáciles de descifrar,
confesiones que se le salen de la vaina,
deseos que lleva a cabo
a pesar de una conciencia que poco sueño le quita.
Ficticia es la hembra de los precoces impotentes,
la tramposa de carnada voluntaria, de amores imposibles.
la culpable de las culpas, de la ética de los pecados,
de la moral elevada a la máxima decadencia.
Ficticia siempre es víctima de engaños.
Se proyecta en sus fálicas compañías,
y erra los pronósticos sin piedades ni reservas,
solo por la dudas,
por si acaso el remordimiento
pretende venir a estorbar.
Ficticia se embriaga anónima en madrugadas distantes,
con teléfonos apagados
o descompuestos a la hora señalada,
rodeada de extraños que reciben su docilidad con privilegio,
su verdad oculta de retornos a hogares que desprecia.
Ficticia altera los horarios del tiempo que dibuja.
Retrasa las agujas que benefician su coartada,
su viaje accidentado,
su “estoy yendo” con demora inesperada.
Ficticia miente mejor que los hombres.
Mira a los ojos como si nada fuera
e iguala sus excusas con la frialdad del pobre infeliz mujeriego.
Simula sus instintos ya saciados
con una ronda más de saciedad,
para no levantar sospechas en el convencido del engaño,
en el resignado que a pesar de todo,
decide disfrutarla.
Ficticia demanda oportunidades de corazón idiota.
Chances que el iluso despilfarra en noches sin retorno.
Exige derechos adquiridos vaya uno saber dónde,
pero que recompensa
con el fruto de su encanto natural,
con su aroma de piel sin vuelta atrás.
Ficticia sabe que no hay felicidad en sus carcajadas.
Que el inconformismo de una juventud con canas,
la arroja en ciénagas de tristezas
que se maquillan de incógnito,
y le niegan el milagro de sonreír solo porque sí.
Ficticia desmaya desnuda acá en mi cama,
y eso es lo único que importa.
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