Comienza la magnífica partida
del fascinante juego de la vida.
Inicia el primer movimiento el peón
símbolo de la más tierna infancia,
lleno de alegría, inocencia e ilusión
materia prima de ricas sustancias.
El segundo acto es del caballo
metáfora de la adolescencia,
la fuerza, energía, vigor y esencia
de la semilla que da paso al tallo.
Ahora le llega el turno al alfil
representación de la madurez plena,
perspicacia en acción, acto sutil
su jugada siempre es eficaz y buena.
Por último, es el turno de los reyes
encarnación perfecta de la vejez,
las piezas más valiosas según las leyes
establecidas desde antaño para el ajedrez.
Cada cual tiene sus propios anhelos
cada jugador posee sus aspiraciones,
cometen sus errores y sus aciertos
según los dictados de sus corazones.
La mente también toma las riendas
de cómo debe ejecutarse cada paso,
intuyendo cuáles serán las sendas
que le llevarán al éxito o al fracaso.
Hay mil maneras de ganar este juego
(lleno de intrigas, miedos y dudas)
y la clave está en este consejo:
dejarse guiar siempre del sosiego,
la razón y la seguridad; haciendo
que la impaciencia sea una voz muda.
Finaliza la historia de la vida
sobre el tablero de la partida.
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