Subidme allí a lo más alto, donde pronto habrá un silencio que apague las voces, los gritos y las semanas blancas. Alzarme sobre la cumbre que quiero trotar en el aire con las nalgas al viento. No tendré miedo de caerme de esta silla vacía, ya no habrá resbalones, ni baños en la nieve, ni deslizamientos en palanganas.

Subidme a la sierra en esas noches tercamente estrelladas, donde el universo se me acerque más y pueda desvanecerme en él. Allí donde delimita la frontera de lo invisible, donde las sensaciones son de altura, esas de las que abajo, ya no quedan.

Subidme donde ya no me pueda oponer a nada y dejadme allí para tantear aquellos dominios y cada uno de sus espacios; pero hacedlo cuándo las lagunas se ausenten y las nieves ya no resbalen, que no haya huellas, solo mis pisadas en los caminos abiertos de esas montañas.

Subidme, donde la refracción sea solo la de la propia pizarra. Por querer ver, veré lo que quiera, pueden ser destellos o vapores de alborada. Allí seré capaz, por fin, de tasar las joyas más diminutas de la vida y admirar sus detalles. Y por escuchar, ya nada me parecerá incierto, aquí las mentiras se las lleva las ráfagas del viento.

Subidme allí donde la perfección se afana tozuda y convoca a las flores a que salgan. No hay frontera más invisible, no hay barrera más vulnerable que haga brotar la vida en una sola gota. Entre la nieve y la piedra hay establecida una perpetua alianza. Se derrite una y resquebrajándose va la otra.

Subidme que buscaré en los resquicios de afiladas aristas a las Siemprevivas. Y es que esta vida latente es tan pequeña que pasa desapercibida. A muchos le es ajena y ¡qué suerte! porque sus secretos se quedan a bien recaudo, que ya lo han hecho durante siglos como cofre enterrado.

Subidme. La última noche que estuve allí la cumbre se afilaba por el lado bueno de su cara. El resplandor me caía detrás dejando nuestras siluetas solapadas. Ya no estaba sola. Quiero que la oscuridad de nuevo me envuelva en la noche con la desidia de las sombras. Y si alguna queda, que sea las de la tarde cuando el sol se sonroja, aclarando unas y oscureciendo otras.

Subidme allí donde no se despertará sonido alguno, donde haya luces apagadas, donde solo quedan esos vigías, ahí observando, los que delimitan las sendas de las estrellas y rastrean sus halos blancos.

Subidme y dejadme ahí, para esconderme en ese lugar de culto que habéis elegido, que queda en mitad del rastro que deja el sendero de piedras y lajas. Me ocultaré en su pórtico. Ahí esperaré la hora, bajo el manto, hasta que asome la más bella vía láctea de las montañas.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS