Tú no estabas

Abres la puerta de la casa

y pintas una tarde de lluvia

sobre una calle solitaria

por dónde camina un hombre gris

que se tambalea entre la niebla

e intenta atrapar el aire en las esquinas.

Llegaba la noche y moría la ciudad,

y tú no estabas.

En el viejo tocadiscos

la voz oscura de una dama canta blues,

inundando el aire de la estancia

con mil olores de páginas amarillentas,

con el sabor de versos olvidados

y sueños de perdedor.

Entonces renacía la ciudad,

pero tú no estabas.

Son éstos, episodios de días eternos

como olvidos,

que no morían de inanición

porque se alimentaban

de versos y música, de tabaco y copas

que ahuyentaban los lamentos

e intentaban encender

una estrella en la ciudad…

porque tú no estabas.


Y besarla

Capaz sería de dejar desangrar el alma

ante su mirada,

y fundir el cuerpo junto al fuego

de su sonrisa;

de perderme en el laberinto

de su sombra

junto al abrazo de un susurro

y sumergirme en las aguas

del abismo hasta perecer ahogado…

Capaz sería de hacerme a la mar

con el viento en contra

hasta que el horizonte nublase mis horas;

navegar hasta la isla de la esperanza,

aunque, amarrado en su puerto,

pereciese en los brazos del olvido.

Capaz sería de abandonar la casa

y besarla,

perderme en sus ojos una vez más

y besarla,

deshacer mi ego junto al hielo de sus labios

y besarla…


No sé si existes más allá de mis palabras

No sé si cuando no estoy existes,

porque no sé si existes más allá de mis ojos…

No sé si la luz de tu cuerpo

es la misma luz en mi ausencia;

si, en mi ausencia, son tus brazos

los ríos navegables que surco

cuando navego a la deriva,

y no sé si tu pelo brinca entre las olas

con las que el viento anuda las nubes…

No sé si existes más allá de mis manos,

si la sombra de mi deseo alcanza

hasta los sauces del río que navegas.

Y no sé si me ves cuando yo te miro,

si me miras cuando yo te veo…

No sé, mi amor, si existes más allá

de mis palabras,

de tu nombre en mis labios… No sé.


Yo sé que alguna vez pensó en mí

Yo sé que alguna vez pensó en mí…

Nunca deshojó aquella flor

pero escribió con mi nombre

una línea en su diario…

Y sé que alguna vez quiso tejer

los hilos de otra vida

y pasó deprisa las hojas

del libro de mis días…

Yo sé que alguna vez fue poema,

despertar de otra primavera,

estrella en la arena… la palabra.

Y sé que alguna vez cayó rendida

ante otra mirada,

y tiritó de frío un invierno

hasta despertar en un fugaz abrazo.

Pero yo sé que alguna vez

tuvo mi imagen en su retina,

y pensó en mí, un instante,

pensó en mí,

y me regaló una mirada blanca

que duerme entre mis días…


Lágrimas yermas

Lágrimas yermas brotan de mis ojos

y caen en la sima donde dormitan

– los ojos entornados –

mis atardeceres.

Y es por esas lágrimas que digo

que solo su sonrisa

justifica mi existencia…

¿Por qué cada paso

fue montaña escarpada

por la que deambulaba

perdida la mirada?

Sangra ahora mi herida

por la herida, ya lejana,

de quién fue mortalmente herido

sin pelear en la batalla…


Las olas

Como estatua encaramada a su pupila,

vive eternamente,

como viven las estrellas…

Un día, al decir su nombre,

sintió en el alma el abrazo

que siembra escalofríos,

se abrieron sus ventanas

y entró el aire que dio vida

a sus poemas.

Fue entonces cuando quiso

del amor hacer bandera

y regresó desnudo a casa

como vuelven de la noche

los naufragios.

Sabía que la belleza sobrevive

en el recuerdo, pero él quiso

coserla a sus ojos cada día.

Al fin, coronó las almenas,

dio el salto y pasó al otro lado;

era joven y ya sabía que las olas

descansan en la arena

bajo el cielo azul que las contempla…


Amanece

Nació la noche entre sus brazos

hasta quedar grabada a fuego

en la memoria.

Recorrió a su lado las calles plateadas

bajo la lluvia gris que fue fiel compañera

y calmó la sed en la fuente de sus labios …

Como pompa de jabón creció el amor

para deshacerse entre la bruma

de aquella noche inabarcable.

¿Qué es el amor – pensó –

sino batalla incruenta

sin vencedores ni vencidos?

Después, la luz de la mañana

llamó a la puerta.

Dijo:

«Despierta, soñador,

ya asoma el sol por las montañas».


Mi palabra

Una palabra

danza en mis sentidos:

a golpe de estrellas

me inunda,

a golpe de horizontes

estalla en mí.

Como el viento,

balanceándose

entre ramas

de árboles blancos

de esperanza,

llega a mí cada mañana

y sus letras se hacen

principio y final

de mi nombre.

Una palabra,

estrella que crece

en los jardines

de la esperanza,

entre la quietud

de las aguas de un río.

Tu nombre, mi palabra.


Tiempos verbales

Se sentaron

frente a frente

y ella dijo:

“te quiero”

y, al mirarla,

él pudo comprobar

en los ojos

de su amada

que resumió

su vida entera

en esas dos palabras,

conjugando

todos los tiempos

verbales.


Alma blanca

Vino el alma blanca

a inundar la barroca geografía

– deshabitada –

de aquel cuerpo de carne y hueso.

Y juntos,

las alas renovadas, iniciaron el vuelo

sobre nubes cubiertas

de buenos presagios;

iniciaron el vuelo

leves como pluma en el aire,

huérfanos ya de vientos,

tempestades,

e inmersos en un torrente

cristalino

que tumbaría a su paso

los guijarros

afilados.


Martillo de seda

Como martillo de seda golpea la música

sobre la niebla de la tarde,

mientras la mirada se esconde

de ojos que buscan entre las sombras…

Avanza la luz del crepúsculo

y nos envuelve en la noche

que siembra de sueños

el lado oscuro del invierno.

Un día más, él regresa indemne

por los caminos de la soledad,

se sumerge en el despeñadero

de las primeras luces diurnas

después de sentir la tibia sensación

de aquella cintura entre sus manos

y la muralla infranqueable

de los brazos esquivos sobre su pecho.

Ella había escuchado el arrullo de su voz,

susurrándole al oído que escribió

mil páginas de amor con su nombre

como simiente estéril en los surcos de los días .

El estruendo de la tormenta le despertó.

Amanecía: había vuelto a decir adiós…


Te has ido

En la penumbra

me asomo a la noche de los tiempos

y caigo rendido ante las heridas.

Vuelvo a naufragar.

En la penumbra

veo cómo se desliza, ladera abajo,

la nieve de abril buscando el arroyo,

mientras atruena el silbido del viento

que tumba las ramas de los árboles solitarios.

Todo es ausencia…

El grito de la tormenta

rompe los hilos del sueño y se diluye

entre las garras afiladas de la consciencia.

Te has ido.


El poeta sueña un lamento

Tú sabías, mi amor,

-porque tú sabes –

que la voz sin eco

y la mirada herida

que no ve luz

en la ventana;

que la piel temblorosa

ante la piel amada;

que los días sin rumbo

y las noches en vela…

… tú sabías

que todo eso

era amor…

Y sabías ayer,

y sabes hoy,

que todo eso

es la herida

de un amor

desamparado.


Dedos

Éramos dos cuerpos que vagaban

entre la penumbra de las nubes:

al confluir extendimos los brazos

y rozamos las yemas de nuestros dedos:

el aire se transformó en sustancia desconocida.

Perdí la noción del tiempo y del espacio

y un coro de voces susurró,

en lenguaje sin palabras,

que era esencia de amor lo que se elevaba

más allá de la naturaleza terrestre.

Entonces me sentí derrotado:

nunca había estado en su presencia…

Quise regresar y rozar de nuevo

con mis dedos

los dedos que obraron el milagro.

No hallé el camino de vuelta.


Iré a buscarte donde estés

Iré a buscarte donde estés

para descubrir juntos,

desde cualquier rincón de la tarde,

los colores del crepúsculo.

Y si no te encuentro,

esperaré a las puertas del cielo

o del infierno,

o de los infinitos purgatorios

que nos contemplan.

Iré a buscarte donde estés…

a ti; sí, a ti que bien sabes

que nada saben de amor

quienes creen que es único

e indivisible…


Callan

El saludo y la mirada

sin pronunciar palabra:

son los ojos los que hablan,

los que quisieran hablar –

los que se llenan de ayer

… y callan.


Dos árboles

Dos árboles

plantados en el espacio

donde vivían presos los ojos.

Dos árboles

de ramas florecidas

enarbolando en el recuerdo

la bandera de la soledad.

Dos árboles

como dagas perennes

en el pecho:

una llevaba nombre de mujer,

la otra, corazón de arcilla.


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