LA SEGUNDA TIERRA

LA SEGUNDA TIERRA

-I-

La luz se deshacía en filamentos

cortando pedazo a pedazo

cada oculto vestigio de sombras,

el brillo caía perpendicular

sobre los espejos de la tarde.

Yo asistía como latente esfera

de incredulidades manifiestas

al advenimiento primigenio,

donde el renacer de la aurora

me hablaba del oculto secreto

donde las sombras y la luz

en compleja unión creaban

mi carne y sus vestigios.

Con mi advenimiento

y el advenimiento de todos los hombres

crecerían las espinas para recordarnos

el dolor, herencia de las tinieblas

que una vez ensombrecieron

los caminos.

Y las espinas eran los vestigios del odio

que mordían las claridades latentes

de la Tierra primigenia.

Y en ella había un mar

donde llenos de asombro los hombres

descubríamos cada oculto secreto

de nuestras entrañas.

-II-

En aquel coito de las supremas fuerzas,

donde luz y oscuridad unieron

su caminos de ocultos signos,

se generaron penumbras donde surgirían

con ímpetu de titanes fantásticos

los dioses del destino:

Neón y Ojo, que extenderían sus espadas,

para brillar en el transcurrir de los siglos.

Neón, dios de la luz nocturna,

que aprisionaba entre las sombras

las luces de la mañana para desatar

las fuerzas ocultas y liberar

entre los hombres psicodélicas formas,

engaños de alegría para las débiles carnes

que bajo su influjo bailaban en la noche.

Ojo, espejo eterno,

nombre de la luz perenne

que habita en todo rostro,

mirada de los dioses del Olimpo sobre la Tierra,

Tierra que ardía entre los fuegos de las pasiones

donde Neón se movía absorbiendo

con ímpetu todos los colores que desde Ojo

generaba la aurora.

Porque Ojo era la luz que se movía

sobre los mares para dar vida a la materia inerte,

para mover cada partícula expuesta a su mirada,

penetrante voz que conmovía los caminos

de los hombres con reproches,

desatando las paranoias de los destinos

atribulados por la oscuridad, que se escondía

bajo las penumbras del día.

Hasta ahora las espadas de Ojo y Neón

dormían entre los mares,

hasta que las fuerzas supremas quisiesen sacar

del ritmo circular el transcurrir de esta esfera,

donde Atlas sostenía con su mirada al mundo.

Porque aunque Neón fuese dueño

de la luz nocturna,

era la mirada que surgía desde Ojo

la que habría de guiarnos a los hombres

en nuestro mortal camino de espinas.

– III-

El dios del destino Ojo

se alimentaba de la aurora,

que con sus rayos daba luz

a la fuerza perenne de los espejos

primigenios, cuyas regentes

eran las nacientes de las aguas

en la retina profunda de Ojo,

que no se cansaba de mirar

el transcurrir del hombre

sobre la Tierra.

Ojo era luz,

era un pozo de brillos

que consumía las energías

sobrantes de aquel universo

que diera origen a sus padres,

los mismos que aprisionaron

la luz y las tinieblas y se fundieron

en la penumbra de los nombres,

para crear la palabra que daría origen

al mundo con toda consecuencia.

Ojo reinaba sobre el mundo

y su hermano Neón estaba sujeto

a su mirada, que era el eje

sobre el que se movía esa roca azulada,

donde nosotros los hombres

afirmábamos nuestras huellas.

Y era Ojo luz que brillaba sobre la Tierra.

Y era Ojo uno de los dioses del destino.

-IV-

La noche daba sus giros

sobre los rostros, donde las miradas

consumían con gula manifiesta,

las luces que se extendían

desde las estrellas que tiritaban

en la profundidad de las sombras.

Adán reía mientras abría su ojo

sobre las esferas que despertaban

sueños de codicia y de lujuria

entre la luz de su mirada,

aprisionada por las luces de neón

que se adueñaban de sus deseos

manifiestos.

Se movía en el lodo de la noche,

donde mujeres con trajes de neón

bailaban desnudando sus senos y su vientre

sobre la noche que se transformaba

en miradas de estúpida sombra;

y de todos los labios brotaba la carcajada

del espectro y de la baba, consumiendo

la luz de los días.

Eva se lucía con entusiasmo extremo

y consumía con Neón todas las miradas

de la noche, que se alargaba

con sus pétalos de sombras

entre los ojos de los incautos,

que liberaban sus pesetas

de desolado nombre.

Y no sabía Adán que mientras movía

en sensuales bailes sus instintos,

su madre, la Tierra, consumía las espinas

con su cuerpo mordido por la muerte…

en ese momento él se contorsionaba

bailando en la noche bajo las luces de Neón,

uno de los dioses del destino,

que al mirarlo sonreía.

-V-

Caminamos sobre la hierba

que mojaba nuestros pasos,

la cual nos mostraba su complicidad

a nuestra sed ancestral de respuestas.

Íbamos firmes, desnudos, tomados de la mano,

corrían por nuestras frentes gotas de sudor,

que nos recordaban nuestro origen

en el acontecer de las aguas.

Ya frente a los mares primigenios,

nos sentamos en la arena

a esperar la llegada de la aurora,

cuando Ojo asomaría con su hambre infinita

a consumir la luz del horizonte.

Con Ojo asomarían los espejos universales

gritando aquellas medias verdades

para nuestro destino de sombras indefinidas:

¿A qué vienes, hombre, frente

a nuestro infinito ser, queriendo mostrar

una deferencia que no tienes hacia nosotros,

padres del destino de todos los caminos?

¿Se les olvida, hombre, mujer,

que sois fruto del barro que crearon

las penumbras originarias en que se abandonaron

nuestros padres, olvidando su ser de supremas glorias?

¿No sabías ser humano que eres barro

y al barro vuelves con tu virtud y con tu miseria también?

¿Que para nosotros tan igual es el bueno

como el malo, porque es grande nuestro sendero

que solo pertenece a los grandes?

…Pero te hemos dado un consuelo hombre, mujer:

los ojos; ellos les hablan de su origen

unido a los dioses del destino, al dios Ojo

que a través de ellos extenderá sus redes de luz.

Son sus ojos el paraíso original,

ese que les permitirá mirar la belleza,

regalo de la misericordia de los dioses.

Y con los ojos miraréis el bien y el mal

para crecer siempre en la tristeza de vuestra simiente…

Sin comprender mucho, nos miramos,

apretamos nuestras manos

y seguimos nuestro paso hacia nuestro destino

pisando la mojada hierba

de los caminos.

-VI-

Envueltos entre las hojas de los árboles,

revolvían sus cabellos mojados

que se entremezclaban en aquel abrazo,

donde desnudamente libres

liberaban su pasión de fuegos encendidos,

sus pechos se rozaban en una escalera

de emociones que desencadenaban

sus sentimientos, trascendiendo

la aurora y el declinar del sol

en el crepúsculo.

Se envolvían en una ardiente fusión

de piernas y brazos entrelazados,

el corazón de la Tierra liberaba

todas sus fragancias,

mientras Ojo y Neón miraban

calladamente y flotaban en medio de las nubes,

donde escondían sus sonrisas cómplices.

Los dioses aprobaban con su venia

aquellos amores,

la Luna extendía su aura de divinas luces

que acariciaban los ojos de Adán,

que se movía presuroso envolviéndola

entre la alfombra de musgo y la sombra perfecta

de los árboles.

La luna desembocó con su cuerpo de mujer

sobre la hierba y con Adán se encerraba

en hermosa penumbra lanzando su desnudez

sobre aquel valle de sueños compartidos.

Adán y la Luna fueron uno

y gritaron su libertad sobre el crepúsculo,

que ya dormía sobre el reflejo de esa noche

inovidable.

Y el amor crecía en el corazón de los hombres.

-VII-

Los encuentros que en el prado

Adán y la Luna sostenían

donde perdían entre voces de abandono,

todo signo de cordura,

fueron seguidos de cerca por Neón

que calladamente quedó prendado

de la belleza sin igual de la Luna.

De tanto mirar aquellos abrazos,

aquellos besos que trascendían

la laguna del tiempo,

Neón fue entrando en una silenciosa cólera,

odió con todas sus fuerzas

y quiso deshacer todo lazo surgido

entre los amantes.

Un día, cuando la Luna se desprendía

de los brazos de Adán para volar

hacia el infinito rodeada de la aureola

que liberaba su fuerza interior,

Neón enfureció y lanzó sobre ella

los fuegos del destino que la consumieron,

mientras en el campo se escuchaban

los gritos de dolor de Adán.

¿Qué has hecho, Neón?

Destruiste la aureola que te daba

tu luz nocturna…

Ahora…, ¿hacia dónde mirarás?

-le dijo el mar de los espejos,

que en el silencio miraba

todo este acontecer.

Mientras tanto la Tierra agonizaba,

con todo el dolor de Adán.

-VIII-

La Tierra agonizaba

entre los gritos de la muchedumbre,

que miraba atribulada el resurgir

de las espadas sobre aquella noche lóbrega.

Ojo y Neón buscaban abatirse

en medio del llanto de la madre

que temblaba azotada por extrañas fiebres,

mientras los hombres miraban pasmados,

como los ejes de la esfera azul

se movían sin destino sobre los mares universales.

Los dioses del destino se culpaban

el uno al otro de convertir la vida de la madre Tierra

en un camino mortal igual al de los hombres,

a los que tanto despreciaban.

Neón sacó todo su fuego interior

y sopló sobre el amanecer para que la luz

muriera entre las cenizas de los bosques incendiados,

negando a Ojo la luz que tanto ansiaban sus pupilas.

Ojo sopló hasta romper el color

que le daba su fuego a Neón,

neutralizando su ataque

y levantando huracanes sobre la superficie

de la Tierra, que temblaba atacada por las fiebres.

Aquella cruel lucha que hizo blandir

con furia las espadas del destino,

sumió a la Tierra en la oscuridad,

donde todas las criaturas acariciaban por vez última

aquellos terrones que les dieron abrigo

en todas las tribulaciones.

Neón y Ojo siguieron en su cruenta lucha,

cuando Ojo hirió de mortal golpe a su hermano;

la mirada de Neón se balanceó

en medio de la cabecera

de la madre de Adán.

Se escuchó entonces un tenebroso trueno:

Andrómeda y la Vía Láctea fundieron

sus luces para satisfacer la codicia desmedida

de luz que atacó a Ojo;

una gran explosión sacudió al universo,

que vio nacer desde la Tierra un enorme

agujero negro, cueva a la que estarían

destinados por todos los siglos Ojo y Neón,

por el daño hecho a la madre

de todos los hombres,

que yacía como polvo cósmico

flotando en los mares universales,

donde habría de recobrar la vida

lejos del influjo de los hijos del destino.

-IX-

Cuando la Tierra flotaba en el infinito

como polvo cósmico, transformada

por las sombras universales

representadas en el momento del cisma

por Neón y Ojo en guerra,

surgieron los filtros del cosmos

que absorberían todo lo que algún valor

representó en la Tierra.

Los filtros del cosmos absorberían las palabras,

sonidos que trascendían en el recorrer del tiempo

la vida y la muerte, en la conjunción

de las fuerzas latentes.

Las palabras que renacerían junto con las cenizas

serían todas aquellas que construían horizontes:

paz, luz, amistad, amor, respeto, tolerancia,

libertad, vida, trascendencia…

Serían condenadas a la radiación

y a los fuegos que consumían a Ojo y Neón,

las palabras como odio, discordia, riña,

guerra, violencia, hipocresía, falsedad y todas las voces

que crearon estas palabras se romperían

en el agujero negro al atravesar los filtros.

Así, las voces de todos aquellos

que hablaban de justicia divina

y aprisionaban los bienes de las gentes

para lucrar con ellos, las voces de la lascivia

que consumían a los niños en los pozos

de la amargura, serían desechadas

por los filtros eternos.

Y en el resurgir de las cenizas

renacerían las palabras de amor y justicia humana,

simplemente humana,

porque las fuerzas supremas se cansaron

de construir dioses que morían con sus estatuas

en el correr de los tiempos.

Y revivió la Tierra y revivió la palabra de amor,

mientras era creado el primer infierno,

que no tocaría con sus fuegos a las nuevas criaturas,

que surgirían después de la hecatombe.

Y renacería el hombre y renacería la mujer

con toda consecuencia.

-X-

Y las palabras escogidas

fueron uniendo poco a poco

los restos de la Tierra primigenia;

el polvo cósmico renacería

con nuevos ímpetus formando

la segunda Tierra.

Y la segunda Tierra brillaría

con nueva fuerza como no brillaron

ni siquiera el Sol ni la Luna,

era el renacer de las fuerzas de la luz;

las auras de los hombres

como corolas de estrellas

navegarían en la galaxia de los sueños,

donde todo era posible.

Adán y Eva habrían de unir sus caminos

dejando atrás la memoria gris

que les imprimieran Neón y Ojo,

serían fuente de amor

para todas las generaciones venideras.

Y todas las palabras de mal nombre

caerían en el naufragar eterno,

donde la luz no asoma sino para consumir

los vestigios de aquella historia de dolor,

era el primer infierno.

Y como el universo rechazaba

en su renacer constante aquello

que ya no le era útil,

el infierno se consumiría en su propia llama

y su nombre sería borrado del abecedario

de los hombres.

Fue así como nació la segunda Tierra…

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