Dimanche blues

Dimanche blues

Alberto Pérez

19/07/2017

Dimanche blues

Encuesta sobre hábitos de lectura

Un 40% de los españoles

no ha leído un libro en un año.

No leen a Cela ni a Delibes,

no leen a Cortázar, a Unamuno,

no leen a Torrente ni a Guillén,

no leen a Benet, a Dos Passos ni a Kundera,

no leen a Kawabata,

no leen a Bukowski ni a Iribarren,

no leen a Wolfe ni a Lizano,

no leen a Fonollosa.

No leen a los grandes de las letras,

te van a leer

a ti.

Recién casados

A veces imagino

una fría noche de invierno,

una buhardilla.

Una pareja de recién casados

enfila su medianoche,

“en seguida voy, hasta mañana”.

Su gato, se llama Gengis,

andará por los tejados, a gatas.

De pronto, un lobo quiebra la noche

en un lamento atávico y dulce.

Un escalofrío recorre al hombre

que apura el cigarro en la ventana.

Pasa un instante, no queda nada,

salvo esa nube,

mi padre vuelve a la cama.

Impostura

Escuchas a Silvio Rodríguez en la furgo

o quizás Quique González,

¿pasar una canción o darle al random?

Conduces y luego escribes sobre ello,

para darte importancia,

dártela tú, a ti

y restársela al hecho incuestionable de que ya tienes treinta tacos,

y no eres Bob Dylan ni Neil Young

y a nadie le interesa tu novela.

Hace más de un año que ya no usas corbata,

pero añoras el pelo largo y tus pintas de macarra,

lees a Proust en una tasca

y acabas por odiar lo literario,

no me extraña,

charlas de política y haces lo que hay que hacer,

lo que se espera,

consumes, produces y mueres,

qué poco original,

otra pieza más del engranaje que se finge única,

individualizada,

comes con prisa y escribes unos whatsapps,

con trece años buscabas la rima inteligente

y ahora hay que evitarla a toda costa,

por impostura e imposición de estilo,

odias al ser humano como especie

pero sólo matarías por venganza,

te duele el costado y te giras en la cama,

¿hacemos el amor?

antes decías follar y tachabas de horterada el eufemismo,

tienes toda la razón, te quiero tanto, buenas noches,

ya, no hace falta que lo digas,

mañana será otro día y así sigue la vida

–y siempre tuviste el feo vicio

de acabar con prisa los poemas–.


Viejo

He escrito ya tres libros

que nadie compra,

he vivido sin temor

a la amatista

y los patíbulos,

he renegado de los números,

refutado las galaxias,

he pasado por borracho,

por imbécil

y por crédulo.

Me he desentendido

del sentido y la conciencia,

me hice ateo,

misántropo

y narcisista,

me hice adulto,

a contrapelo,

a duras penas.

Me hago viejo,

lucero que surca

el cielo,

me hago

estela.



14 de noviembre

Tal vez volveré a mirarte

con los ojos pequeñitos

de mirar el cielo vasto.

Quizás en tus silencios

y en tus pasos,

que son canela y cuervo blanco,

albino de las noches,

exégeta de tus antojos,

quizás la maravilla,

la dulce herida de los cuellos

que sangran el exilio

y tus sábanas, ay, tus sábanas,

desde esta alcoba,

desde esta cama,

desde estas sábanas cuarenta amantes

Shhh, me dices con un dedo,

llámame puta y rotúrame los labios,

hazme surcos y trino de pájaros,

hazme libertad y bisela mis cortinas.

Quiéreme hasta dentro

y olvida mis teoremas,

perdóname la muerte

y olvida que hay mañana.


El perturbado

Que sí, que sí,

que la vida es un caballo negro,

repetía el perturbado

o junkie

o lo que fuera.

Todos somos hijos del sol,

el mismo sol

que lleva tu mujer en los pendientes,

–y mi mujer llevaba lunas–

que la vida sigue y sigue

y sigue

mientras compráis papel higiénico,

besáis los cuerpos

y os sangran las encías.


Recuerdo

Recuerdo que era de día

–todo lo de día que puede ser en noviembre

si hace dos meses que no ves el sol–

subía tarde, como siempre,

guiado por el olor de tostadas,

cuyo proceso de tueste me quedo mirando

como un imbécil, cada mañana.

Una gárgola regia escupía las aguas de los tejados

señoriales, enfrente un canalón de chapa

hacía las mismas funciones, con toda modestia.

Un guardia rural ordenaba el tráfico,

esto es, el único automóvil que estaba despierto,

el agua de lluvia y el de la fuente

se fundían en amalgamas de silencio,

el mismo silencio mientras comíamos tostadas

y apurabas el café de un solo trago.

Recuerdo que fuimos a trabajar y no pasó nada,

y ese era precisamente el problema,

que el guionista había muerto,

dejándonos huérfanos

de palabras

y gestos.


Receta (para llevarte a la cama)

Apartar las cerraduras de tu nombre,

hacerse con un plano de hematíes y linfocitos,

conocer tus feromonas con rigor psicoanalítico.

Leer a Kierkegaard en tus lunares,

estudiar cada volumen y simetrías de tu cuerpo,

buscar puntos de fuga, escoger la perspectiva,

cónica oblicua o axonométrica.

Tomar tus plazas, batallarte en razzias y guerrillas,

en el cuerpo a cuerpo,

acariciarte cada célula, quark a quark,

cada neutrino.

Estudiar tus isobaras y los mapas de tu tiempo,

conocer tu clima y tus borrascas,

la teoría del caos y sus efectos.

Y follarte hasta el athman,

en el aura mística, en el campo etéreo.

Servirte bien caliente…

y sazonar al gusto.

El orador continúa horadado (6.00 am)

El orador continúa horadado

y aterido de frío.

No tiene abrazos, duerme desnudo

y no comparte el silencio.

El orador no bebe la lluvia

ni llanto de otoño en copas de vino,

se hace más viejo, pierde el cabello

y enferma a menudo.

El orador odia las fechas importantes,

no encuentra consuelo y puede estar muerto

aunque él no lo sepa.

El orador extraña al piano,su vieja rayuela

y a María Cobarde.

Escribe endecasílabos

de viento

y danzas

de insomnio

tras los cristales.

Llévame contigo

Llévame de la mano a tu as de corazones,

al trino de tus labios,

a tus sonrisas encendidas.

Llévame al infierno, al suicidio,

al orgasmo sempiterno,

a las condenas mitológicas.

Llévame al psiquiatra, a la carrera, al viento;

llévame donde tú quieras.

Llévame de nuevo hasta mi tumba,

llévame a los bares, a tu abrigo.

Llévame del brazo

al altar del Santo Oficio,

a un congreso de Falange;

llévame a la mierda,

pero llévame contigo.

Dimanche blues

Víspera de lunes,

tarde de domingo,

melancolía,

lluvia

y fútbol radiado.


Freddy King de fondo

Sentado en el inodoro, mi largo pelo revuelto,

una camiseta que amarillea, ojos de resaca,

barba de tres días y un chupetón en el cuello;

si esto no es ser poeta que baje dios y lo vea.


Para entendernos

El decano

me llamó

erasmista,

los de UJCE,

trotskista,

los de CNT,

cegetista,

los de CGT,

cenetista,

o lo que es peor,

anarquista

filosófico,

total,

librepensante,

el enemigo,

para entendernos.


El momento más triste del día

para Marta

Casi un

cataclismo,

o hecatombe,

ese

trágico

instante

en que te vistes.


Envidia

Hay algo que siempre

he envidiado, en cierta medida,

a los fumadores,

y es que tienen la excusa

perfecta

para salir

y ver la lluvia.


Reencuentro

Tomé el abrigo

y salí, de nuevo,

hacia mi vida,

tras el orgasmo

que precede

a lo banal,

a la rutina.


Viajar

Dicen

que viajar

es importante,

y es verdad,

tienen razón,

de vez en cuando

está bien

deprimirse en otro sitio.


Junio

Se ha puesto el sol hace ya rato,

pero no quiere llegar

la noche,

las sombras planean sobre los cerros

y los estorninos se reúnen en siniestro

conciliábulo, en el tejado.

Al fondo, una luz que parpadea,

como un grito Munch en el abismo,

una ración demasiado extensa

de rutina monótona en las calles.

Y tú, solo, en el balcón,

esperando

a que algo pase.


Hoteles

Tres

-quizás cuatro-

días

completamente solo,

semiborracho,

cuasidesnudo,

viendo alguna

pésima película,

escuchando a

Coleman Hawkins

y ni un solo

mensaje

en el móvil.

Te yergues

en la cama,

apartas

los folios

de un manotazo,

y decides,

por fin,

que es tiempo

de salir,

o al menos,

de vestirse.


Tormentas de realidad

Busco refugio

esta noche,

como tantas,

en una suerte de

onanismo poético

que me salve,

releyendo

mis escritos.

Mientras,

afuera,

arrecia el mundo

y

su realidad

prosaica.


Treinta y pocos

Cómo vas a ser un literato,

poco más de 30 años,

cómo hacer sintaxis de una vida

con tan ligero fardo a tus espaldas,

cómo conjugar las decepciones

con un racimo de futuro

prendido en la solapa.

Cómo vas a ser poeta,

muchacho, si apenas

tienes

un pasado

oscuro

queescupir

en un bar,

sobre la barra.


No future

Escuchas en la radio que este año

los modernos

del festival Sónar

han programado música clásica

y recuperas, un poco,

la fe y la esperanza.

Sales a la ventana,

y se oye,

de fondo,

el reggaetón de las vecinas,

por suerte

o por desgracia

la fe y la esperanza

se te pasan enseguida.


Soledad

Libros, notas,

discos y migraña,

el enésimo café,

y el piano más cansado

ya de mí

que yo de él.

Insomnio

esas
noches
de insomnio, asomado
a la ventana,
en que hasta echas
de menos
el cigarro
que nunca
te fumaste.


Conducir en agosto

Si hay algo bueno

–que te salva–

de trabajar

y conducir

en agosto,

es la ingente cantidad

de piernas de mujer

que ves brotar

de los salpicaderos.


También el amanecer

Cuando era un crío, me fascinaba la hora del alba,

era algo sagrado, casi prohibido,

algo

nunca visto.

Recuerdo haberle pedido a mi padre,

en la víspera de algún viaje,

me despertara con él para verlo,

mientras mi hermano seguía durmiendo.

Nos recuerdo a los dos,

viendo salir el sol,

por sobre los edificios,

nada épico, la verdad,

pero aquel sol nonato era lo infinito

la libertad,

un resquicio del mundo adulto.

Ahora, me levanto todos los días

antes que el sol,

y amanece mientras conduzco,

me ducho

o preparo el desayuno.

no subo la persiana siquiera,

es algo monótono, cotidiano,

carente

del mínimo interés.

Existe, eso sí,

un puñado de auroras

vacacionales, que nos sirven

para no perder la esperanza

o la cordura, nada más.

Y sé que, algún día, tendré que sentarme

delante de mi hijo

para pedirle que no crezca, y explicarle

que a los adultos nos lo robaron todo,

también el amanecer.

Excepciones

Llevo varios días,

tal vez semanas,

dándole vueltas a un recuerdo.

Una estación, un autobús

y una resaca de

tres pares de cojones.

Pasamos la noche sin dormir,

era de día, demasiado de día

como para decirte algo.

Después vino el silencio,

casi ocho años,

y ochocientas resacas.

Afortunadamente,

dejamos atrás

los albores del siglo, y

casualidad o no,

la vida, que no perdona,

o no suele,

se despistó conmigo.

Quién me iba a decir mí,

cómo explicarlo,

que volvería a tener 20 años

con sólo mirarte a los ojos.


Septiembre

Solo y desnudo,

agarrando el marco de la puerta,

desechando los recuerdos

por el ojo de la cerradura.

Me miro en el espejo

y, hostias, no soy más que

una piltrafa,

me encuentro tan delgado…

Siguen pasando los días

y no hago nada.

qué me queda a estas alturas,

con qué llenar mi juventud altiva,

veo cifras, nubarrones de tinta,

pánico en cada mirada.

Qué será de mí este otoño

cuando se pudra mi serotonina,

vértigo, vértigo, vértigo,

por esos días que pasaron

y nada me han dejado,

vértigo,

por las manchas oscuras que llegan,

constriñéndome los capilares.

Deambulo

por mi estrecha casa vacía,

y vuelvo a asomarme

a la ventana, según parece,

va a cambiar el tiempo.

Mejor, cuanto antes mejor,

arrancarme el verano

como una tirita,

sumirme en mi neurastenia

y dejar por fin que Freud

vuelva a soñar

con calabazas muertas.


Civilización

Al final,

la civilización

era esto:

rejas en puertas

y ventanas

para proteger

la libertad.


Déjà vu

Olvidarla y volver

a enamorarse,

para olvidar de nuevo,

con más ganas, pero menos

confianza.

Y cargarse de ansiolíticos,

mientras desnudas los armarios,

y, ya vacíos,

asomarse dentro,

como el que se asoma a una ventana

tapiada, pretendiendo

ver la noche.


Octubre

La urraca pica en su cuarzo rosa,

María Cobarde se corta las uñas,

el tiempo pasa despacio;

las ocho y diecinueve

en el reloj del campanario.


Cumpleaños vigesimosexto

Acababa de bajarme de un árbol

de la calle Toro, o la Zamora,

no recuerdo,

cuando apareció la policía,

y yo gritando, como un corsario

hasta arriba de ron —con cocacola—,

«más madera».

El guindilla del primer coche

patrulla, con sed de hostias,

bajó la ventanilla y me inquirió

amablemente, si tenía algún problema,

mientras yo me hacía el loco

y una antigua novia aprovechaba

para despedirse a la francesa.

La cosa no pasó a mayores

pero bajé ya solo a aquel garito.

Nadie se atrevió a aguantarme el ritmo,

o intuían quizás que aquella noche

no podía acabar bien para mí,

y no querían ser testigos.

Allí me presentaste a tu amiga,

que no dejó de darme

el coñazo toda la noche

con misticismos y paridas,

y tú acabaste por enfadarte

curiosamente conmigo y no con ella.

Discutimos de vuelta a casa,

hasta que a la salida de la plaza

se me vino abajo el mundo,

también mi farsa, aunque suene

redundante, lo mismo una cosa

que la otra; entonces me besaste.

Fue la primera vez.


La estación transpira y gime

Esta noche sus andenes

parecen incluso llorarte

con oleosos charcos mugrientos,

como si comprendieran

que lo que vieron

entre nosotros,

hace unas horas,

no fue sino el patético final

de un película romántica

de bajo coste.


Minoría

Se subestima,

con frecuencia,

el poder

del individuo

simple,

llano,

cabreado.


A las afueras

Hace ya tiempo

decidí mudarme a las afueras,

y aquí estoy,

lejos del centro, del meollo,

la vorágine, pero también

de los suburbios de

la humanidad,

a las afueras de la

civilización,

en los arrabales

de vuestra mediocre

conciencia

colectiva.


Christmas, again

Recuerdo la víspera de navidad,

volviendo a casa de mis padres

a altas horas, calles vacías

débilmente

iluminadas

por alguna que otra

lámpara de sodio.

Lejos del fervor, del hormiguero

que las recorrieron

tan sólo horas antes;

sin más compañía que el frío

que te cala hasta los huesos.

Esa imagen, ese cliché,

el recuerdo de esa pequeña

ciudad decadente,

triste,

es para mí la navidad,

y no podréis

convencerme de otra cosa.

Oda al odio

Odio a la gente de buenas intenciones,

esas hienas luminarias que escalan las iglesias,

desperdicios infrahumanos, examen de cloaca.

Odio los objetos filiformes y su preocupante

anudamiento,

no soporto que se enreden mientras se cubren

de polvo

por el suelo.

Odio, sobre todo, el devastador clima del norte,

aunque a veces lo presuma romántico y entrañable.

Odio que me llamen por teléfono

mientras estoy meando,

es tan desagradable gotear de golpe y porrazo

que juro

por el dios en que no creo

que acogotaría a esos anormales bastardos.

Maldigo al publicista que desperdició su beca,

esa maldita rata verde que nos comprime el cerebelo

con sus anuncios para idiotas,

creando un mundo que no existe,

salvo en su enfermiza mente pueril

y anacrónica.

Odio al alcalde de mi pueblo, sueño de todo logopeda,

odio que critiquen a Nietzsche sin haber leído un libro,

no ya del autor, sino de cualquiera.

Odio a dios por no existir y haberme fusilado en mi inocencia

con teocracias utópicas y fraternales.

Afortunadamente, ya le derrumbé de su atalaya,

ya hace tiempo solté el lastre

más pesado de mi carga, el más inútil ser

que quepa en raciocinio alguno.

Afortunadamente, el odio me mantiene con vida,

entre tanto dulce pensamiento

y calma

espiritual

que danza.


This is the end

Sentado en un banco

del parque neblinoso,

observo pasear a los ancianos,

asidos a sus paraguas,

–como pintados al carboncillo–,

del mismo modo

en que se agarran a la vida,

sin esperanza ya,

pero aferrados

a fuerza de costumbre,

con ganas

de llegar

hasta al final,

pero apegados a lo vivido,

como las novelas

cuando empiezan

a acabarse.

Cortos (de cerveza)

haiku nº2

me acostumbré

a regresar borracho, desnudo de amor,

los pies mojados.

sentencia nº 0

ya no puedo mirarte a los ojos

por temor a encontrarme

en la mirada.

sentencia nº 1

en soledad aprendí a cultivar

las zarzamoras de mi barba.

sentencia nº 2 (sentencia de muerte)

tal vez empezamos a morir

la noche

que no pasó nada.

sentencia nº 3

me gusta la literatura sin nombre,

la poesía de autor desconocido, y el porno

sólo si es amateur.

hay algo mágico y terrible en lo cotidiano.

sentencia nº 5

sólo pueden conocerme

los que se sulfataron en los avernos de la soledad.

sentencia nº 6

cada mujer que tuve que olvidar

es como uno de esos frascos vacíos

de perfume

que colecciono

para nada.

sentencia nº 27

nuestro amor es sólo un fantasma

al que graznan los cuervos.

sentencia nº 31

en un baúl de avellano guardé mi última esperanza.

y no hubo reproches entre ambos.

sentencia nº 34

para Mareva Mayo,

apóloga del fracaso.

mientras nos sigan derrotando

seguiremos siendo jóvenes.

sentencia nº41

mi último pecado fue llamarte por tu nombre…

sentencia nº42

ningún niño debería leer el principito,

únicamente debería leerse cuando se tiene

la madurez suficiente

como para desear

volver a serlo.

sentencia nº43

somos una leve caricia en la arena del tiempo.

sentencia nº44

ya no concibo la lucha contra el sistema

sin una base artística,

y viceversa.

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