Mi niña tiene los años…todos,
los que el mundo me ha negado
a vivir con ella, por ella…para ella…
Son tantos…
Son todos los que tengo ya de viejo,
de soledad disecada
en la caja de mis huesos,
de cicatrices, todas contadas
según las penas sufridas
tratando de vivir menos…
Son los años malhadados
que ella lleva de silencio.
Cómo, mi niña adorada,
podrá contar los años que tiene
sin plenitud de ternura
para vivir alma arriba
en una esfera hogareña
con el signo de «papá»
en la órbita fragante
de los mimos, de los besos?
Será, contando vacíos
o descontando anhelos
o haciendo girar sus números
de bruma espesa y tristeza
en rosarios enfasados
con la suma que la opresa?
Será, midiéndose sola
en la cantidad de alma que le falta
para ser completa, sonorosa,
en la caja de latidos
y resonancias doradas
de su risa, acaso, otrora,
en otra vida desplegada
con cascabeles de oro
y campanas de cristal
a la gracia de ser diosa?
Acaso, será sustrayendo
de sus cuentas sin nostalgia
aquellas vivencias de infancia
sin domingos en el parque,
en el circo o en el cine
y maíz en palomitas
y bombones sonrosados
y helados de mil sabores
y papelitos graficados
para pintar muñequitas
parecidas a su alma o a sus sueños,
mientras nada en su vida vibraba
a pleno corazón paterno?
Y qué decir de mi niña
inmersa en mundos de rosas,
unas blancas, como ella,
otras rojas, cual sus rojos
alumbramientos de amores
en torno a prospectos huecos:
sin la palabra «papá»
para inducir en el léxico
de los hijos venideros
a un hogar de silencio?
Mi niña sabe que existo
recabando en sus silencios,
palabras medias, vacías,
también resonancias rotas,
en cuyos arpegios sueltos
el sonido de la vida
alguna vez puso a vibrar poesía
resonando con dulzura
en todos los nombres bellos
que ella –mi niña amada-
lleva conmigo impresos
en los márgenes melódicos
de mis versos…en poemas,
de mis gritos…al silencio!
No sé…cómo mi niña preciosa,
puede medir en su vida
el vacío…que en mí se dobla…
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