Desde el alféizar de mi ventana

Desde el alféizar de mi ventana

Como cada día al levantarme, con mi café en la mano me siento en el alféizar de la ventana para observar el ir y venir de la gente. Mi calle, una de tantas calles de un pueblo venido a más, de tan típica, parece monótona. Solo si se es vecino y cotilla como yo, puedes ver más allá al ver a Manolo abriendo la oficina del banco o a Jinés y Pedro enredados, como cada día, en su discusión sobre política mientras se dirigen al bar.

Si observas bien, podrás ver las historias entrelazadas de las vidas que pasan por ella. Ahora veo como se acerca la señora Encarna, la viuda del carnicero, camino de la iglesia para confesarse, aunque me pregunto qué pecados puede confesar la buena mujer a su edad. Quizás aún esté arrepentida de sus pecados de joven, cuando se fugó con el chico de la panadería. Yo era pequeño pero recuerdo el revuelo que se montó en todo el pueblo y cómo iban los correveidiles a los que mi madre se añadía siempre que podía. Encarna, en su juventud, fue un  mito para todos los niños, casi jóvenes, de la que todos estuvimos enamorados. Ahora, pasado el tiempo, la he visto envejecer y volverse respetable.

Por la otra esquina veo cómo se acerca el señor Pérez, el rico del pueblo, propietario de la fábrica de juguetes y la única persona que conozco que ha ido al extranjero. Con sus trajes nuevos y sus andares peculiares siempre destaca sobre los demás. De su brazo cuelga la bella María, su secretaria personal, riéndole las gracias mientras imagina su futuro como propietaria de la fábrica. En su ímpetu por convertirse en la nueva regenta industrial, María no se da cuenta de que él pasa por mi calle solo para poder observar de reojo a Raquel, la pequeña de las hermanas Sánchez de la tienda de comestibles, de la que todos sabemos que está locamente enamorado. Y es que en las partidas del viernes por la noche en el bar de la esquina y con dos copas de más, al señor Pérez se le escapan las florituras hacia Raquel, su familia, y lo bien que gestionan su negocio, mientras que los demás nos miramos de reojo sonriendo.

FIN

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CALLE SANT BENET

MATARÓ

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