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Tras el recodo, al doblar la esquina, los niños asoman como cometas empujadas por un viento invisible que controlara voluntades. Y corren a lo largo de la calle, abruptamente, casi a tropezones, con la risa fácil y las voces sueltas. Por allí anda mi hermano, el pelo alborotado, las manos breves en continuo movimiento. Alma sonriente y ensoñada.

En uno de los balcones, mi madre, inclinada en la baranda, asintiendo para si -Este hijo mío-(suspiros). Preocupada, amable, tierna. Y mi hermana pequeña, observando, aferrada a una pierna, balsa, salvación, calor nutriente.

Mi padre, con los amigos, allá, frente a la balconada, charlando animadamente, seguro que de fútbol, mientras saborea su txikito, uva tintada, ahora de recuerdos, en la distancia.

Por ahí, yo, entre la neblina de los sueños, no importa dónde. La conciencia meciéndose, libre, contrastando el momento, los momentos que se suceden en la felicidad sincera de la infancia. Los segundos cobrando la prestancia de lo eterno. Y del ahora. Porque cerca duerme -sueño bendito- Xabi, mi sobrino recién nacido, hijo de aquel niño, que sigue corriendo, alegre, presto, dejando una estela de bullicio y cascabeles.

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Calle Bersolari Txirrita

Donostia-San Sebastián

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