«Precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano»
Milán Kundera
Y los ojos la ventana del alma. Sonrío. Cierro los ojos y me esfumo con la voz de Andrea Echeverry.
El primer recuerdo que tengo de infancia es quizá la enseñanza más rígida que el lápiz familiar repasó con ahínco y ha custodiado mi libertad, adormilándola con su aleluya eterno.
Mire, aquí es donde está; mi madre que intentaba mostrarme dónde se acomodaba el alma; nos la regaló Dios y nos encargó alimentarla con oraciones y ya no me pregunte más, con eso se cerraba el tema y retomábamos la cuenta para completar los mil Jesuses.
Aunque me cansé de repetir la misma pregunta, nunca entendí dónde era que quedaba el tal alma.
Que por ahí, y que qué niñita tan preguntona; me decían mis tías.
Así se quedó la cosa: un padre nuestro, un Dios te salve María y un ángel de mi guarda; treinta años, noches de rutinas sagradas, estáticas, inamovibles para que mi alma no cayera muerta de hambre.
***
Por el afán de atrapar moneditas mosquiles, cada nuevo día se escurría entre pasos robóticos de la casa al trabajo. Ocho horas frente al computador y dos más en paseos apocalípticos en Transmilenio. Siempre lo mismo, mi mente roncadora con la perpetua letanía.
Un viernes, a punto de defender los límites de mi individualidad a codazos dentro del bus rojo, un brillo abofeteó mi conciencia, mi mente despertó. ¿Y esa luz? No había ese aroma a piña madura del domingo; qué raro; pensé. Mi pie se había atascado. Miré hacia abajo. Un par de pupilas radiantes me suplicaban un abrigo contra el frío y contra el miedo que arañaba aquella bola de pelos gris.
Quité mi bufanda y arropé al cachorro olvidado. Lo cargué. Lo llevé a casa. Lo invité a olfatear nuestras vidas. Se llamará Rocky Chandoa; la voz de mi esposo que le daba la bienvenida al nuevo integrante de la familia.
En ese instante, sin crucifijos, sin alabanzas prediseñadas sentí a Dios palpitar, mi alma me agradeció por su primer bocado, después de tantos años de ayuno.
FIN
Candelaria – Bogotá
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