El olor a café inunda el aire de las primeras horas de la tarde pero Ella sigue sentada en el banco de mármol negro. Y yo sigo mirándola desde el otro lado de la plaza, sentado en el pequeño café del arco grande. Ese reloj que nos preside, ya pasa de las 4 de la tarde y es mi único testigo del paso del tiempo; pero mi mirada no se aparta de Ella. Sus pies apenas tocan el granito gris que se extiende como una alfombra. Es a través de el que casi siento las caricias de sus pies al rozarlo. Cómo es posible tener tal conexión, Ella me reconoce en la distancia y con un grácil gesto me saluda desde lejos. El viento agita su pelo y su vestido rojo le marca la figura. Es tan hermosa. Le devuelvo un educado saludo, nada serio ni forzado esperando no mostrar ni una pizca de deseo. Pero es tarde, Ella está cruzando la plaza, un repentino calor empieza a surgir de mi interior.Es tan bonita, su vestido se vuelve a agitar y su pelo le roza los labios , yo procuro memorizar cada paso que da. Es tan grácil que me la imagino desfilando. Las miles de persianas verdes que cuelgan por las interminables barandillas son golpeadas por el viento, pero no son golpes son aplausos para Ella. Toda la plaza, se agita, se rinde, la proclama hermosa. Su vestido, rojo como la sangre salpica la historia por la que ella pisa. Como si volviesen las corridas que antiguamente se celebraban. Pero esta vez, yo soy el pobre animal. Mi verdugo, ante mí, qué puedo hacer. Su sonrisa inocente viene acompañada de su mano extendida. Un paseo. Mi suerte viene acompañada de su perfume; es un paseo lento casi una danza. Los interminables arcos son nuestros aliados y nos brindan refugio. Es ahí, donde ocultos a la vista le robo un beso.

Fin

Plaza de la Corredera (Córdoba)

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