Esta calle peculiar no tenía más que accesos con escaleras. De la vertebrante Reina María Cristina a la vía que conduce al Polideportivo de Candás, frente al que construyeron el Tanatorio. Haz deporte, con salud, pero es inútil: «al platu vendrás», parece anunciar ominosamente…
Volviendo a mi calle, arriba, junto donde sitúa Cogersa los cubos de basura, se encontraba la Funeraria. Todos los lugareños detenían sus pasos para observar por quien doblaban ese día las campanas. Buena fuente de información y magnífica base de datos en la que aspiro a estar tarde gozando de la larga edad que rezan las esquelas. «En Perlora fenecen centenarios, tendré que ir allí a comprar limones, fabinas y leche recién ordeñada» pienso…
Hasta que un día el Ayuntamiento tuvo una genial idea: hizo una rampa modificando la escalinata y añadiendo una piedra oriunda de China cuya característica terminó siendo la exfoliación y la ruptura de sus afilados escalones. La inversión angular permite, con lluvia, gozar de unas lagunillas simpáticas donde resbalan viejas, infantes y lisiados con muletas. Porque, sin presupuesto para tanta barandilla de aluminio, no hubo más rampa que la del acceso inferior. Se supone que las abuelas que vienen con un carrito desde arriba llegan transformadas y redivivas, bajando pesos «a pulso».
Sin embargo el acceso inferior lleno de zig-zags, regodones marinos apilados como falos de las Cícladas y charcos-trampa terminó asemejándose al laberinto cretense por el que sube el vecindario bramando improperios cual Minotauro enfurecido sin doncella…
El carnicero, la pescatera, el despacho de pan, los de la tienduca de limpiezas de portales, «los chinos» de más arriba y el viejo Casino (bingo y parchís, son sus especialidades), adosado a la tienda informática, vienen a ser las Escila y Caribdis por entre las que navegan los vecinos, recalando, aventureros, en sus puertos para, escapando de Polifemo (autobús del ALSA, transporte ciego y derrapante) y sus ovejas, llegar al fin a Ítaca, en el mejor estado posible…
«Recuerde el alma dormida…» En mi portal que está junto a la Peluquería Alborada y la Autoescuela Amado, se vive divinamente. Y también se muere. Con harta frecuencia cae el vecindario por el hueco del ascensor (verídico) o se diluye en el olvido del resto, tras penosas enfermedades. Ya he perdido la cuenta y tengo que hacer gran esfuerzo para situar a vivos y muertos donde les corresponde y no preguntar por quien no debo.
Mientras, la piedra china sigue degradándose a gran velocidad y se pueden admirar unas preciosas cataratas, escaleras abajo, cuando diluvia.
Mi calle (que «no es calle ni es ná», cantarían Juan y Diego) es como un tríptico de El Bosco, Aquelarre de Goya, mosaico de Miró, galimatías de Lewis Carroll, Ilíada, Saga nórdica, es el Aku-Aku de Thor Heyerdal, el ombligo de mi mundo, y a su través nos dirigimos por la Galaxia hacia Diós sabe dónde, amando fuertemente y pecando como pocos, a la espera de llegar a la consunción de los tiempos y a la Vida Eterna.
Amén.
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