20160326_1410301.jpgY aquí, no te sientes «foraster»  (nombre que recibimos en Mallorca todos los extraños que venimos de otras tierras para hacer, de esta, nuestro hogar: forastero), en una pequeña calle llena de sabores, olores, personas y acentos muy particulares, procedentes de diversos rincones del mundo; es curiosa la conjugación armónica de diferentes culturas en escasos metros de concreto, formando un ambiente mágico.

Mis días se han convertido en un continuo y placentero viaje; lo primero, los peluqueros puertorriqueños, siempre de buen humor, desde detrás de la cristalera se escapa una energía contagiosa que provoca que, de manera inexplicable, los acompañes en su alegría; si giro la mirada, me adentro en China, restaurante y tienda respectivos, espacios caóticos rescatados por una excesiva gentileza; instintivamente volteo, llamada por los deliciosos aromas a carne a la parrilla del restaurante argentino, que se encuentra al otro lado de la calle, mientras que, en cuestión de segundos, me invade el acentuado olor a curry y especias de la sazón que pone en sus platos la cocina hindú. Desde el mismo punto, alcanzo a distinguir la pizarras rayadas a tiza blanca del trío de bares de cañas y tapas, donde la paella no puede faltar, como buenos representantes de la gastronomía española; no se me podrían escapar los dos abastos búlgaros, que presumen con orgullo los frescos lácteos de su país de origen, las silentes masajistas tailandesas y el apuesto brasilero de la tienda de suvenires. Y si pensaba que, el viaje había terminado, me bastará un soleado día de verano, para que mis sentidos despierten su curiosidad ante sus visitantes alemanes, ingleses, rusos, italianos, franceses y todo aquel que deja descubrirse tras su peculiar forma de hablar, vestir y de andar, y todo esto, en una sola calle.

De todos, ignoro sus nombres, pero me sonríen como si me conocieran de siempre, amabilidad desbordada en cada rincón, asumo es el acostumbrado trato comercial, que no podría estar ausente en un espacio tan concurrido, donde van y vienen turistas de todas partes, aun en los días en que el invierno reina; pero hay algo más en sus miradas, tras frases y gestos disfrazados, dejan en manifiesto que me aceptan en su pequeño mundo, que compartimos algo en común.

De vez en cuando bajo por simple gusto, como el amigo que no necesita motivo para llamar, simplemente por saber que están ahí, sientes que reflejan un poco de ti, y aunque no lo digan, sabes que te entienden, también son «forasters».

Y sí, sí es mágico, su gente, el alegre graznar de las gaviotas anunciando el amanecer, la inmensidad del mar que diviso desde mi balcón, su cielo multicolor al atardecer, las estelas que dejan a su paso los veleros surcando las aguas y el Mediterráneo bañando mis pies, alivian mi corazón anclado en el Caribe; por instantes, te hace creer que formas parte de todo.

AV. JOAN MIRÓ CALA MAJOR. PALMA DE MALLORCA – ESPAÑA.

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