En esta tierra castellana, dura y áspera, pero agradecida si se la sabe tratar nací yo. La última molinera del valle del Tera, siempre alejada del pueblo y cerca del agua con el sonido de las muelas y la corriente. No tuve hermanos, mis padres siempre estaban preocupados por mantener el molino que con tanto trabajo había logrado mi abuelo. Me inculcaron desde bien pequeña la importancia de mantener el legado. Así, entre salbados y harinas llegué a moza y pretendientes nunca me faltaron, ni por guapa ni por el molino. Pero lo cierto es que yo sólo quise a uno. Era pastor, cada día pasaba delante del molino con su rebaño. Desde la ventana lo saludaba y él siempre me devolvía una sonrisa. Una tarde al volver con el rebaño paró a la puerta. Era un criado del señor alcalde, cosa que yo ya sabía. Natural de Sanabria, su padre lo mandó a servir a los Valles y allí estaba frente a mí con su mastín canelo y sus ojos pardos, prometiéndome la luna ylos lujos de una reina. Si bien es verdad que lo único que siempre he querido es alguien con quien compartir mi vida de molinera.
Ese verano cogimos por costumbre vernos a escondidas en una vieja caseta camino de las bodegas, alejados del molino y de la decencia. Estaba ya bien entrado septiembre cuando comencé a sentirme mal, vomitos y náuseas me acompañaban cada mañana. Mi padre tan ocupado con el molino, sobre todo desde que falleciera mi madre de unas fiebres no me prestaba mucha atención. Intenté dar con el pastor de todas las maneras, parecía que se le hubiese tragado la tierra, y mi padre al enterarse de mi deshonra me encerró en el molino y me prohibió salir.
Así cada tarde esperaba en la ventana su regreso mientras mi vientre crecía y crecía. Cuando cumplí el tiempo, una noche sin luna, con una gran tormenta amenazando en el cielo me puse de parto. Al amanecer, cuando cantó el gallo, nació mi niño de ojos pardos. Apenas un instante lo vi, con un susurro me dijo que lo siguiera que juntos lo volveríamos a ver.
A mi niño lo enterraron detrás del molino y creo que a mí junto a él. Desde aquel día, cada atardecer me coloco en la ventana a esperar al rebaño, al martín y al sanabrés, hasta que canta el gallo y me vuelvo a esconder.
Cuando pasees por la calle de las Eras en Santa Croya, al fondo verás mi molino, no te asustes si me ves, sigo esperando al pastor que un día me prometió volver.
FIN
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