LAVAPIÉS, EL VIAJE DE MI VIDA

LAVAPIÉS, EL VIAJE DE MI VIDA

Paloma Moratinos

06/04/2016

Hoy he sentido trozos de nostalgia subiendo la cuesta de la calle Embajadores, de aquella infancia que tuve en una casa que ya no existe. La niñez se fue igual que aquella corrala que ya no queda.  Recordé la voz de mi abuela que me decía que antes las casas estaban abiertas, la gente se veía todo el día, a veces se enfadaban unas vecinas con otras y se tiraban de los pelos, pero a la media hora estaban las dos comiendo gallinejas.

Esas corralas eran microcosmos, donde los hombres eran un poco de todo: carpinteros, fontaneros, joyeros, ése fue el gremio de mi familia. Las mujeres trabajaban más que los hombres. Mi abuela, por ejemplo, llevaba la casa, los hijos y también ayudaba en el trabajo a  su marido.

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De repente, me vi  pequeña, muy pequeña de la mano de mis padres, que ya no están,  paseando por aquel barrio castizo en el que sigo habitando, en aquel viejo Madrid.

Y así andando por esas calles empinadas y estrechas, llegué hasta la Fuente de Cabestreros, es curioso que haya pasado desapercibida durante el franquismo, porque está bien clara la mención que tiene inscrita a la II República.

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Desde allí bajé hasta la plaza de Lavapiés. Siempre me llamó mucho la atención por qué  se llamaba así. Mi padre me contaba que hace más de 500 años fue un barrio judío, la Iglesia que ahora es San Lorenzo, antaño fue una sinagoga, y antes de entrar se purificaban, lavándose en una fuente que había en dicha plaza. También decían, que en un tiempo remoto todas las calles que bajan hacia la plaza eran torrentes, que confluían en un arroyo donde los caminantes se lavaban.

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Siempre ha sido un barrio muy luchador, que me hace recordar mi juventud. Ahora hay centros sociales autogestionados como la Tabacalera o la Quimera. Formas nuevas de entender la cultura y las relaciones sociales. Lavapiés es un barrio muy politizado, un  hervidero de tendencias, desde los insurrrectos movimientos okupas hasta el recién estrenado partido de Podemos, nacido en una pequeña librería café de la calle Zurita, llamada la Marabunta. Me encanta ir, en esa  misma calle, al Teatro del Barrio, una cooperativa que reúne teatro, compromiso social y subversión.

Observo cómo se ha transformado mi barrio en una gran  mezcla de razas  y culturas. Tengo vecinos hindúes marroquíes, chinos, sudamericanos,  Veo banderas gays  y republicanas colgadas en los balcones. Un mosaico de culturas, razas, etnias y estilos de vida diferentes. Ese abanico multicultural ha impedido que se hayan formado ghettos. 

En las verbenas de agosto, ya cuando el sol se va escondiendo entre las cornisas, toda la plaza de Lavapiés huele a entresijos, pincho moruno y aromas de curry. La tarde sabe a limoná  y se engalana con guirnaldas y mantones de mil colores. Y me doy cuenta de que yo he ido creciendo, amando, evolucionando, igual que el barrio, con muchas facetas sin perder la autenticidad. FIN

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Metro de Lavapiés y Teatro Valle Inclán

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