Me llamo Juan Pujol García.  Nací en Barcelona en 1914 y morí en Caracas en 1988.  Viví una larga y azarosa experiencia como agente doble durante la Segunda Guerra Mundial,  en la que, aunque esté feo decirlo, fui de inestimable ayuda para la victoria aliada. Terminada la contienda  me retiré de la escena pública a gozar de una vida tranquila con mi familia en Venezuela. España no era ya lugar para mí, no iba a ser bien recibido. Mi alias como espía  fue Garbo porque, francamente, lo de desempeñar un papel ajeno a mi persona no se me dio del todo mal, tanto que hubo miembros de mi familia que se enteraron de mis andanzas muchos años después. Ya en el Más Allá, me  llegaron noticias de que en el madrileño barrio de Malasaña había una plaza que llevaba mi nombre. La cosa, no lo voy a negar, halagó mi ego. Pero… ¡oh decepción! Resultaba que hubo otro personaje, de infame recuerdo, que al parecer se llamaba como yo, en cuyo honor se había nombrado la plaza. Las autoridades municipales creo que se plantean cambiar el nombre de tan recoleto y concurrido rincón de Madrid. Me he asomado por allí para curiosear. Hay un pequeño parque de juegos para niños y diversos locales que perimetran el recinto.  La plaza está llena de terrazas donde gente de toda procedencia se sienta a tomar un café o una cerveza. Se oyen conversaciones en diferentes idiomas. La indumentaria de los clientes es variopinta y diversa. La verdad es que creo que me sentiría como pez en el agua en un lugar así. Garbo pasaría desapercibido en ese continuo ir y venir de gente diferente, donde todos aceptan a todos, vengan de donde vengan y tengan el aspecto que tengan.  Pasé hace muchos años por Madrid, camino de Lisboa y, viendo ahora este lugar, tengo la sensación contradictoria de que todo es igual y que todo ha cambiado al mismo tiempo. Las casas tienen un aspecto similar, aunque más cuidado, el ajetreo del centro es incesante, como entonces, aunque ahora hay más coches y motos que, por cierto, incordian bastante en calles tan estrechas. Me encantaría sentarme a charlar con alguno de los jóvenes  que acuden a las terrazas mientras tomamos un café. Muchos de esos jóvenes hasta llevan una barba y unas gafas como las que yo llevaba hace muchos años, es curioso, ya digo que ciertas cosas no han cambiado tanto… O escuchar la historia del hombre que intenta vender sus discos de mesa en mesa; creo que va por allí todas las tardes. Entonces  no tuve oportunidad de quedarme mucho tiempo. Ahora no me importaría estar aquí, aunque sea de forma nominal. Me parece que no es necesario cambiar el nombre de la plaza, solo hay que saber que es la Plaza de Juan Pujol, el bueno, modestia aparte.

FIN

PLAZA DE JUAN PUJOL.  MADRID

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