Una Tarde en el Café

Una Tarde en el Café

aurea roa marco

04/04/2016

Me gusta ir todas las tardes al café que hay en la plaza,  está cerca de casa. Es un café antiguo con mesas con la encimera de mármol y sillas de madera noble. Los camareros parece que llevan allí toda la vida, son amables y serviciales.

 Me gusta su olor, tiene grandes ventanales a través de los cuales veo pasar a la gente. Es un momento de relax, me viene muy bien para poner la mente a divagar  desconectando del trabajo un rato.

 

Todos los días a media tarde hago un descanso en el despacho y bajo a  merendar café con churros; hay personas muy variopintas, me gusta observarles e imaginar cómo es su vida.

Hoy me he fijado en una señora que está sola ante un café con churros. Es mayor, tiene un porte elegante, el pelo cano recogido en un moño, va vestida en tonos grises con un pañuelo al cuello de flores lilas, ha debido de ser muy guapa. Echa el azúcar en el café y lo revuelve, esta  ensimismada, parece triste,  melancólica y los años han dejado huella en su rostro. Pienso que es viuda y  está sola, su mirada perdida recuerda tiempos mejores. 

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El café está bastante lleno, en la barra hay un chico como de unos treinta años, tiene una taza de café y ha comido algo, pide una copa, se levanta y va hacía ella, pide permiso para sentarse y enseguida entablan  conversación. La señora sonríe, toma un pañuelo y se seca las lágrimas, algo le ha dicho que le ha emocionado,  le coge la mano y habla cariñosamente con ella, parecen conocerse de toda la vida, charlan animadamente, recupera vida,  de repente el chico se despide, dándole un beso.

La señora termina su merienda, pide la cuenta, el camarero se la entrega, ella se sorprende, dice que no es suya que debe de haber una error, el camarero le responde que incluye la consumición de su acompañante…  ha sido víctima de un timo; el chico se acercó y le dijo que si se podía sentar, que le recordaba a su madre, acababa de llegar a Madrid, estaba solo, echaba de menos su ciudad… el camarero rectifica la cuenta.

 Ahora el café cerró y no meriendo ya por la tarde.

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Echo de menos ese café con sus gentes, su olor… Ya no se encuentra otro igual con sus mesas de mármol, las sillas de madera, era amplio, sus grandes ventanales le daban luminosidad, la gente pasaba…

Las cafeterías de alrededor no me atraen, son estrechas, tienen taburetes, la gente que las frecuenta  es distinta, van con prisa. En aquel café  había tertulias y en la parte de arriba se presentaban libros, actos culturales. Su gente no tenía prisa por llegar a ningún sitio, yo observaba y ponía mi imaginación a volar.

 Ahora está cerrado, la gente deja notas en la puerta diciendo lo que significo para ellos este lugar…y  me invade la nostalgia.

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FIN

GLORIETA DE BILBAO  – MADRID

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