Mi compañera de juegos era especial. No se expresaba como las niñas que eran como yo y tampoco como las que hablaban como ella. Tenía el pelo muy largo y oscuro y su piel era del color de la miel.

El callejón tras mi calle era testigo de lo bien que lo pasábamos. Mi madre observaba desde la ventana sonriendo aunque bien sabía que la gente decía que mi amiga procedía de un entorno peligroso para mí.

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Su familia no tenía tanto dinero como la mía a pesar de poseer mucho oro. Éste jugaba con el moreno de sus pieles haciéndolas más luminosas, era divertido ver como cargaban con él aun pareciendo de lo más pesado.

A mí no me gustaba jugar con mis muñecas delante de ella porque se ponía muy triste y decía muchas palabrotas, las cuales por despiste, yo acaba repitiendo en casa provocando que me ganase una buena reprimenda. Cuando me regañaban por su culpa se ponía aun más triste, teníamos miedo de que nos castigasen sin jugar juntas.

Para arreglar este problema se le ocurrió una estupenda idea: dibujar las muñecas. El único inconveniente que tenían éstas era que se rompían con facilidad porque eran de papel. Y entonces me enseñó a plastificarlas con «celo». Cada día ella dibujaba nuevas muñecas con dos nuevos modelos mientras yo la miraba alucinada.

Mi compañera de juegos tenía mucho talento y dibujaba muy bien mas no le gustaba que yo lo dijera por ahí. Su familia se burlaba porque el mundo de la imaginación no estaba hecho para una niña como ella.

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Compartí muchas tardes de primavera dibujando y coloreando. Un día le llevé unas muñecas que mi madre encontró en un libro, fotocopiadas en blanco y negro para que pudiésemos colorearlas nosotras. Junto a ellas, había unos cuantos jerséis,  unas faldas y unos sombreros que disponían de unas pestañas blancas para engancharlos a las muñecas.

Gracias al descubrimiento de las pestañas, mi amiga sólo tenía que dibujar los vestidos. Fueron tantos que no hubo más remedio que fabricar armarios con las cajas del fruta que le sobraban a su familia después de vender en la calle la mercancía.  Creamos una auténtica pasarela de moda de papel.

Mi compañera de juegos era especial. No se expresaba como las niñas que eran como yo y tampoco como las que hablaban como ella. Tenía el pelo muy largo y oscuro y su piel era del color de la miel. Y llegó el día en el que cumplió doce años, se tuvo que casar…aunque me tapé los oídos para no escuchar sus palabrotas ya no pudo jugar nunca más a dibujar los vestidos de nuestras muñecas.

FIN

CALLE DEL GOLFO DE GUAYAQUIL, MADRID

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