Gull wings (alas de gaviota)

Gull wings (alas de gaviota)

JM A

26/03/2016

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Vivo en una cuesta: mi calle, una montaña enladrillada. Al pie, un descampado. La cima, una pequeña carretera, asfaltada y todo. Es por donde voy al cole cuando llueve. Las vistas: bloques, rascacielos y, al final, las torres KIO; me han dicho que también las llaman Puerta de Europa. «La ciudad, el camino de la civilización», según mi padre. Pero lo mío es el camino del descampado, me gusta más, aunque se embarre mogollón en invierno. Solo hay que tener cuidado con las jeringuillas. Por lo demás, es chachi. Tenemos un campo de fútbol. Bueno…, una portería oxidada y montículos de tierra; si no sacas el balón, puedes rodar, excavar túneles en miniatura… Hay flores, incluso.

¿Por qué se pinchan si luego les cambian de color los ojos, se duermen en el bordillo de la puerta, o en las escaleras? ¿Así se divierten?

Por la tarde, bajo a la Joaquina. Venden bollos. Me atiende el hijo, me asusta un poco, la verdad; tiene pinta de yonqui. La pinta de casi todos los mayores del barrio. Es igual… «¿Me das un Bollycao?». «Será Bollycado», me dice. Vuelvo a casa con mi Bollycado. Le digo a mi madre el descubrimiento: «¿Sabes que se dice Bollycado?». Se aprende cantidad en la calle. «No, no se dice así». Pues claro que no, no sé por qué me dejo engañar…

Nuestro himno suena en la radio: Informer, de Snow. No lo entendemos, pero el ritmo está guay. Nos inventamos la letra: «… aliqui-bum-bum-dauuun…». Tres de los chicos tienen ejes Gullwing, el no va más en manejo; se doblan, giran, se tuercen, se retuercen… Lo que quieras. Son caros. Está de moda el monopatín. Mis padres me compraron uno del Alcampo. Apenas se mueve mi tabla. Va recta todo el rato. Carlos el Loco, Carlos el Pitu, Julianín, el Fetuccini… se tiran desde la cima. De pie. ¿Están majaras? ¡Qué valor! Yo lo intento, pero salto enseguida. Es más seguro sentado. El problema son las alcantarillas, te desequilibran. Miguelito y yo nos sentamos en mi tabla y nos tiramos. No tiene monopatín. Un día acabamos debajo de un coche. Es normal.

Sé cómo se construye una carretera. Alisan el suelo, meten enormes tubos de cemento… Llega la civilización, y los contenedores de obra. Han partido en dos al descampado. Adiós a la portería. Ahora jugamos sobre alquitrán algo líquido, se te pegan las suelas. Mola. Aunque, a veces, apesta; huele como si quemaran toda la goma del mundo. Los contenedores están hasta arriba. Se te hunden los pies en los escombros, arenas movedizas de piedra y cristal… Pero el otro día, con Miguelito, me pinché el tobillo. No lloré. Bueno, un poco… ¡Es que creí que me había clavado una jeringuilla!

Todavía no pasan coches por la superavenida fantasma. Pero pronto nos quedaremos, los niños y los yonquis, sin sitios para jugar. ¿Qué haremos? Por fortuna, me hago hombre. Y los hombres no juegan. ¿Más allá de la Puerta de Europa, quizá?

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ANTONIO RODRÍGUEZ, MADRID.

FIN

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