Ahora mi calle ya no es mi calle.

Mi calle tenía barro y rodillas con heridas que rezumaban mercromina durante el largo verano que comenzaba con la hoguera de San Juan. Buscábamos madera por las casas: sillas rotas, cajones que no encajaban… Todo valía para que el fuego llegara al cielo y abriera la puerta a los juegos en la calle. La vida empezaba aquella noche de luz y bengalas, con los mayores sentados en sillas bajadas de casa, charlando a la luz de la luna y de las llamas y los niños y niñas correteando sin horario. No importaba la edad. Juntos reían y planificaban las tardes de canicas, carreras sin fin, bicicletas viejas que pasaban de mano en mano y de pedal en pedal.

  La mayoría veraneábamos en la calle. Algunos, pocos, iban unos días a la playa. La vez que me invitaron a ir con ellos al mar me sentí feliz. Iba a vivir una aventura cómo las de los libros! Me gustó el mar, pero en seguida eché de menos a mis amigos de la calle, mi mundo de barro, la cabaña que hacíamos en mi habitación durante las horas que el sol nos cegaba y no podíamos salir de casa. Una cabaña hecha de toallas, sábanas y sillas donde merendábamos antes de volver a jugar al escondite en los portales, siempre abiertos, y entre los escasos coches que había en mi calle que ya no es mía.

  Un día a la semana nos intercambiábamos libros. Los miércoles. Parece mentira, pero la mayoría nos aficionamos a leer gracias a la calle. Ese lugar que ahora se ha vuelto inhóspito para los niños, que solo la ven como un lugar de paso, fue un espacio lleno de vida. La calle fue, también, la que mi hizo escribir un diario y algún  que otro cuento. Me gustaba observar todo lo que había a mi alrededor y escribirlo. De ahí mi afición a las letras, a la vida escrita.

Ahora en mi calle hay niñas que calzan merceditas y llevan un gran lazo en la cabeza y niños repeinados vestidos con un chaleco color verde botella. No juegan con bicicletas prestadas ni oyen su nombre anunciando la hora de comer a través de la ventana.

Mi calle, que ya no lo es, es mi infancia y  mis recuerdos se esconden bajo las baldosas o en cualquier portal. Salen tras de mi cada vez que piso el suelo donde aprendí que jugar es vivir feliz.

  Fin

rosari_91.jpg

carrer_del_Rosari.jpg

CALLE DEL ROSARI. BARCELONA

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus