Deu i Mata 67

  Parece una calle cualquiera de Barcelona, que lo más seguro a nadie le importe, y  si hubiera sido el 212, o el 75, tampoco a mí me hubiera importado. El número 67 de esta calle emplazaba a mi colegio, el Santa Teresita.  Estaba tan cerca de casa, como para poder quedarme unos minutos más rezongando en la cama, y llegar más pronto a casa cuando salíamos del cole. Pero estaba lo suficientemente lejos como  para dar de si en todas aquellas idas y vueltas, cientos de sueños, muchos repasos de lecciones, no pocas preocupaciones, muchísimas risas, kilos de conversaciones, juegos,  y de tanto en tanto algún que otro señor que se olvidaba de tapar sus atributos. 

El enorme portón de hierro, pintado en gris, nos daba la bienvenida al cole, y nos daba  paso hacía lo que era un submundo lleno,  no sólo de enseñanza, sino de magia, leyendas, historia  y experiencias. 

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El conjunto de edificios que conformaba la institución tenía más de cien años en sus piedras, y de curso a curso nos llegaba información de la historia de esas piedras.  Monasterio de Carmelitas, cárcel en la guerra civil, convento de clausura y finalmente colegio de señoritas, hasta que en los últimos años de mi vivencia que aparecieron los primeros  niños.

El Santa Teresita fue especial para todas las generaciones que pasamos por allí, el laberinto de escaleras, clases, patios, túneles secretos, puertas misteriosas, ventanucos que no daban a ninguna parte y en dónde  aparecían y desaparecían imágenes, eran un caldo de cultivo excelente para todas las leyendas que recorrían las clases curso tras curso. 

Todos los colegios tienen leyendas, pero en el  nuestro se vivían intensamente, por estar inmersas en un escenario tan evocador.  Se sentían las vibraciones en las piedras, de todas las vidas que por allí pasaron.  La antigua capilla,  que sería el nuevo salón de actos, para mí, era uno de los centros enigmáticos de mayor poder.  Si un equipo de investigación de fenómenos extraños hubiera venido a visitarnos, seguro que hubieran extraído más de una cinta llena de información. 

Hasta los patios, los numerosos patios que tenía el colegio eran especiales. A cada nivel de enseñanza, aparecía un patio nuevo, y cada vez  mayor.  Casi todos rodeados de ventanas enrejadas,  y que como una sensación de libertad, nos abría su espacio para escapar de esas rejas. 

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Nuestro colegio fue derribado hace algunos años,  y reconstruido unos metros más a la izquierda, para dar cabida al centro comercial de la Illa. Fuimos a despedirlo,  pero sobre todo para sentirlo de nuevo. Le debo a mi colegio tener unos recuerdos extraordinarios, de mi etapa escolar.

Cuando paso por el nuevo colegio, puedo ver la estatua de Santa Teresita, y aunque intento meter la cabeza entre la persiana, me es imposible comprobar si todavía lleva impregnada la lágrima de sangre  que tanto nos hizo alborotar en su día, cuando la descubrimos. 

SANTA TERESITA

DEU I MATA, 67 BARCELONA.

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