Entre manzanas y naranjas

Entre manzanas y naranjas

J R

17/03/2016

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Carretera y manta. Del pueblo a la gran ciudad. A vivir. Mi padre nos traía en tandas: primero mi madre y yo; luego mi hermano y parte de los enseres; después mi hermana y más enseres. Ocho horas entre ir y venir… Por un cambio a mejor. ¿Qué pedirle al 850 de quinta mano por lo menos?… Ahora el AVE corre que se las pela.

Si es que no llevábamos ni un mes y ya nos robaron… ¡Una naranja! No había otra cosa, ni sillas, que nos las prestaron las vecinas, también, un infernillo… Daba gusto cómo se ayudaba entonces. A la hora de dormir, como tampoco teníamos camas, nos repartíamos en las casas de los primos, danzando pijama en mano.

El robo fue un Viernes Santo:

Un individuo se había subido al tejado por la fachada del cine Coimbra, recorrió toda la manzana como un gato sobre el tejado y acabó en nuestra flamante vivienda. Se coló por una ventana, cogió la naranja, salió por la puerta. Bajó por las escaleras tirando la monda. Fuera del portal, con el último gajo en la boca, ¡pero qué mala suerte!, la policía lo «abrazó».

Cuando yo llegué, los vecinos me estaban esperando: «No te asustes», me dijeron, «tu madre está en comisaría». Hasta bien entrada la noche estuvo, y todo por una naranja. «¿Quiere usted poner una denuncia, señora?», cuenta que le preguntaron en la comisaría. «Este buen hombre pensaría que éramos más pobres que él todavía, ¿qué voy a denunciar?», dijo mi madre.

Una casa de pueblo, con patio y corral, por un piso con escaleras sin fin… Una calle, toda campo, para correr y jugar, por un entramado de callejuelas, y por algo que parece ser un antiguo camino, por eso del nombre, digo, el de la calle: Camino Viejo de Leganés.

Yo no jugaba ya, me estaba haciendo mayor, pero ¿dónde se juega aquí? Y es que mi hermano, cinco años más pequeño que yo, ese sí que jugaba, vaya si jugaba: ¡A las canicas, a la peonza, pateando el balón…! A lo que hiciera falta… Jugar, jugar… entre vehículos y gente; virguerías con la bici. Un artista, vamos. «Ten cuidado, te vas a romper la crisma, chaval…». Se rompió un brazo… No echaba de menos el pueblo, rodeado de amigos en cuanto pisó el barrio. Incluso de un minino callejero y de un perro sarnoso se amigó mi hermano. Un día, una mujer le dio un tortazo. Me enteré tarde. Otro, le quitaron el cinturón…, y no sé qué más… Se lo pasaba pipa, en la calle, mejor que en el cole… Como no estudie le arreo una que va a flipar.

A mi padre, a mi hermana, y a mí, los primos nos encontraron trabajo, en un «inciso» de calle, pegado a Camino Viejo, para ir tomándole el pulso a la ciudad… Una bruja, mi jefa, ¡curiosita, la señora!

Hoy me siento madrileña, gata nativa. ¡Olé!

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FIN

CALLE DEL CAMINO VIEJO DE LEGANÉS, MADRID

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