La casa siempre fue rosa, en el tiempo cambió las tonalidades en el color por el deterioro pero nunca se restauró, el barrio era realmente pintoresco porque siempre tuvo una mezcla de antiguo y moderno, pero hubo permanencia en algunos íconos como la iglesia que siempre fue la misma, con sus dos torrecillas, su viejo y tiznado reloj dando la hora y sus cansadas campanas llamando fielmente a los feligreses. También el tranvía pasaba justo por su casa cuando ella era apenas una niña que recorría el barrio de la mano de sus padres, con los ojos semi vendados, en aquella ciudad, en la que crecía calculadamente, como si el futuro dependiera de ella…

Esquinas y ámbitos que la destruyeron, perdida en un verano desconocido e interminable, sitios vacantes que nunca respondieron a su necesidad urgente de llenarlos…

En su infancia hubo presagios aquellas noches, se asomaba a la ventana para ver la iglesia y cruzaba los dedos balbuceando una oración entrecortada que le había enseñado su madre “para cuando tengas miedo”, y entonces rezaba no muy segura de ser escuchada pero lo hacía con fuerza, habría creído que era posible entonces, posible ahora, enfrentar los rostros del desconcierto, el temor a la muerte, el temor de no verle más, la hazaña de olvidar que años atrás había vivido como una niña que extendía su mano para cortarse voluntariamente… manos que buscaban a tientas donde aferrarse para no caer…Dios… cuánto buscó su voz aquella noche, cuánto sus manos, su mirada, su andar asegurado, su risa, ella… cuánto la llamó a gritos en llantos invisibles para no ser escuchada…

Nadie sabe del miedo hasta un día como ese, cuando uno le ruega a Dios que por favor exista…

Les gustaría escuchar la historia, saberla loca, verla llorar como si no pudiera parar de hacerlo, y en cambio, ríe, como si la risa fuera a salvarla del miedo, de la vejez, que comenzaba a recorrerle el cuerpo y la piel, alrededor de sus ojos y su boca. No quería perder a su madre, ni a su padre, polos a tierra para su desconcierto, para la poca fe que la ocupaba, no quería perderse en el futuro, ansiaba conservar los rostros familiares y quedarse para siempre de alguna forma en su casa, en su barrio, abrir la ventana y como todos los días ver la torre de la iglesia, aplazar ese asunto de morir, esperar en la esquina el paso del viejo y gastado tranvía que le devolviera la posibilidad de un viaje a su niñez con tiquete de regreso.

Pasados los años vivió todo eso a lo que le temía, seguía en su casa, el viejo tranvía que desapareció del paisaje cuando llegó la modernidad, fue reemplazado por un pequeño tren que continuaba la ruta de norte a sur y atravesaba la calle principal de su casa, por donde vio salir toda su niñez y su juventud en un desfile interminable de rostros y sueños inconclusos … FIN 

CALLE AYACUCHO, MEDELLIN, COLOMBIA 

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