Mañana de lunes.

Mañana de lunes.

Bea Saen

07/03/2016

Una vez más, es lunes. Otra vez el despertador suena a las siete de la mañana para recordarnos que el día ha comenzado, aunque aún haya oscuridad tras las ventanas.

Levantarse, ducharse, preparar el desayuno de los niños, estar pendiente de mochilas, ropa, dientes, cordones de zapatos, chaquetas abrochadas… y de mí misma: móvil en el bolsillo, monedero en el bolso, y tarjeta del paro para sellar.

Prisas en el camino al cole ¿cuándo será el día en que consiga salir de casa con el tiempo suficiente como para no ir corriendo? ¡Algún día!

Y ahora, tras dejar a mis hijos, monto en el metro camino de la oficina del Inem, o Sepe, como creo que se llama ahora. Igualmente: para que una persona, funcionaria, certifique una vez más que sigo desempleada a pesar de los intentos por encontrar trabajo.

Salgo a la calle y, a la altura del metro El Carmen, decido ir andando hasta Ciudad Lineal. Hace una mañana espléndida y puedo andar sin prisas. Nadie me espera y pienso que puedo aprovechar para mirar escaparates. Se acerca la Navidad, es una buena ocasión para elegir regalos. 

En el transcurso de mi paseo me encuentro con un chico joven, bien parecido, que me detiene para mostrarme una batería sin cable para el móvil; explicándome detenidamente sus utilidad y el precio económico que tiene. Más adelante, otro chico, éste vistiendo traje de chaqueta, me ofrece la oportunidad de que me realicen un estudio nutricional gratis. Poco después, un gitano con sombrero blanco tipo Panamá, va pregonando que vende «ajos frescos»; una chica bastante guapa me publicita una peluquería en la que, con cualquiera de los servicios que se contrate, te invitan a una copa de cava gratis; otra gitana con un delantal floreado, moño y peinetas rojas, intenta vender perfumes «¡con derecho a probar, guapa!»; hay un poco más allá un joven con pinta de ser extranjero, sentado en el suelo, rodeado por dos perros, tocando la flauta y pidiendo «la voluntad»; un hombre algo mayor, grueso, ataviado con parpusa y chalequillo, ha instalado en otro trozo de acera, una especie de mini mercadillo donde es posible encontrar desde DVD,  pequeñas figuritas de decoración, y miniaturas de coches, hasta artículos de bisutería; y, ya a punto de llegar a Ciudad Lineal, otra chica joven me da unas papeletas con descuento para ir al circo que han instalado en Sanchinarro.

Antes de entrar a coger de nuevo el metro, me doy cuenta de que han sido cuarenta y cinco minutos de una mañana de lunes con sol de este recién estrenado invierno que no parece tal. Un tiempo que no ganado ni he perdido: he vivido.

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