Cuando María cierra la puerta, tras despedir a sus hijos, siente que se ha quedado sola en la casa por primera vez en su vida. Acaban de volver del cementerio de enterrar a su marido.

Recorre el hogar que ha habitado durante tantos años, rememorando su vida. Sus hijos la aconsejan que se vaya, que no se quede sola en esa casa tan grande y llena de recuerdos. Y precisamente por esos recuerdos no se quiere ir, en cada rincón de la casa hay un pedacito de su vida, la infancia de sus hijos, la posterior adolescencia y luego su madurez. En el salón recuerda cuando se casó su hija mayor, allí vestida de novia, tan joven. Fue la primera en abandonar el hogar. Luego se fueron marchando los demás, hasta dejarles a ellos dos solos.

Entra en la cocina añorando el calor del antiguo fogón que ya no está, tampoco existe ya la gran mesa blanca de mármol, donde sus hijos se sentaban a hacer los deberes, oyendo en la radio su programa favorito: “Matilde, Perico y Periquín”.

En el recibidor rememora el miedo que sintió la primera vez que entró, llevaba cuatro años casada y esta iba a ser la quinta casa a la que se iba a trasladar. Había estado en diferentes viviendas de familiares y cuando creía que había encontrado la definitiva, ese pisito pequeño enfrente del Cementerio de la Almudena, todo se truncó, el casero les echó, apenas unos meses después de entrar. Su marido la convenció para ir a vivir con sus tías a un gran piso situado en el centro de Madrid, y allí fue María con su hijo pequeño en brazos y sus dos niñas de apenas dos y tres años. Y allí sigue después de cincuenta años.

Se asoma al balcón y en el cielo luce un brillante sol de invierno que la calienta por fuera y por dentro, mira hacia la calle, estrecha y corta pero llena de vida. Se oyen las voces de los niños de los colegios cercanos y las charlas de los vecinos que van a sus quehaceres.

Va pasando por los dormitorios, hasta que llega al que ocupó su marido, durante su larga convalecencia. Cabezota hasta el final, no dejó de fumar por más que se lo aconsejaron. En la mesilla está el último paquete de tabaco que empezó. No lo recoge, no va a tirarlo, lo deja todo como ésta. Abre el armario con su ropa que huele a él.

Sigue recorriendo la casa y le llega ese olor a tabaco negro, a cigarrillo recién encendido que antes ignoraba, haciendo como que no lo olía. Piensa que su marido sigue con ella, igual que todos sus recuerdos.

–  No me voy, no puedo irme. En esta casa y este barrio están los mejores y peores momentos de mi vida. No puedo abandonarla.

FIN

CALLE DE DON PEDRO (MADRID)

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