SAN GIL. SEVILLAimage10.jpgAsomé la nariz por el balcón fregona en mano para escudriñar el cielo, una enorme nube gris acababa de anular el pobre rayito de sol de la mañana. Bajé la vista para observar el suelo, a veces es difícil discernir si llueve o no, a menos que encuentres las gotitas dibujadas en el cemento. En la pared trasera de la iglesia un coche aparcado llamó mi atención, una pareja estaba sentada dentro, los tenía justo en frente, a vista de pájaro, algo no cuadraba, era el volante, el conductor, un señor de pelo blanco estaba sentado a la derecha, no es habitual ver uno de esos por aquí. Ella parecía un poco más joven, hablaba mirando hacia abajo. El señor del pelo blanco tenía la mano derecha sobre el volante y la otra apoyada en el hombro más cercano de la mujer, en un intento de consolarla le apretaba suavemente. Se notaba distancia y educación entre ambos, quizás aquel arrebato de confianza le había pillado por sorpresa. Es posible, unos amigos quedan en un bar, o algún acogedor rincón de la casa, no en un coche mal aparcado. Ella hablaba y lloraba al mismo tiempo, de vez en cuando se sonaba la nariz y seguía llorando. Aparté la vista y la fregona del balcón, no quería ser indiscreta, aún soy joven para cotillear . 

Dicen que a los bebés se les conoce por el tipo de llanto, ahora hambre, ahora sueño, cámbiame el pañal …. A los adultos también. Ese tipo de llanto sonaba a desengaño, al cómo pudiste hacerme esto a mí, a corazón partío. Cuando no logramos entender, necesitamos expresarlo con palabras, escuchar lo que nos está pasando, recrear la escena para hacerla creíble. Y allí estaba ella, intentando asumir lo inevitable. Él no dijo ni una palabra, su cuerpo seguía hacia el frente, su único atisbo de cercanía era su mano izquierda y un leve giro de su cabeza hacia ella, sólo escuchaba. A veces, uno no sabe qué decir, a veces es mejor no decir nada. Me pregunté si yo sería capaz desahogarme desde aquella posición. Parece una tontería pero las personas tendemos a adoptar una postura mientras hablamos y la de la mujer me parecía incómoda. Quizás a veces deberíamos cambiar el sitio, como ella, para ver las cosas de otro modo.  

En esa misma calle, esa misma mañana, en la otra punta amanecía y en un patio interior, un murmullo de gorriones daban sus particulares buenos días a los huéspedes de un hotel, al más puro estilo andaluz. 

Sonrisas y lágrimas repartidas por las esquinas de un mismo paralelo, quizás se confundieron de zona al aparcar . 

FIN.

SAN GIL. SEVILLA. 

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