La historia es la siguiente:
Hay un tio con una caja sobre la cabeza. El muy estúpido no se ha molestado en hacerse unos agujeros para los ojos ni nada.
Va tropezando con todo lo que encuentra a su paso: semaforos, farolas, buzones de correos, paredes… A su favor hay que decir que es valiente, no se para ante nada.
Aunque a mi simplemente me parece patético, a la gente le hace gracia. Ríen y le señalan. Yo le miro de lejos, inmutable. Pero se me ocurren muchas cosas que podría hacer y ninguna de ellas consiste en reir y señalar.
1) Podría quitarle la caja de la cabeza y cruzarle la cara.
2) Podría cogerle de la cintura y obligarle a chocar una y otra vez contra el mismo obstáculo.
3) Podría empujarle hasta hacerle caer al suelo, y luego allí patearle a placer.
Tengo más opciones pero todas son bastante parecidas, es obvio que este tio despierta en mi instintos violentos.
El tio intenta cruzar la carretera. La gente rie como si eso fuera el número central del circo.
El primer coche le esquiva, el segundo también.
Más risas, aplausos, alguien grita: «Olé»
El cuarto coche le esquiva.
El quinto coche le espachurra contra el suelo y la caja se ve ahora como si hubiera reventado con mil botes de kepchup dentro.
Ya no rie nadie, solo yo. Y me alejo ante las miradas reprochadoras de la multitud
CALLE: Rambla del Raval de Barcelona
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus