¡CAMINANTES! (sólo maneras de andar)

¡CAMINANTES! (sólo maneras de andar)

Era distinta. Entonces, como policía de tráfico en prácticas, la detuvo y le preguntó a bocajarro, intrigado, simpático:

– ¿Por qué caminas así?

Ella lo miró sorprendida.

– ¡¿Cómo?! – Intentó organizar la situación.

– Que por qué caminas de esa forma, balanceándote sobre las piernas abiertas más que con el torso. Los pies girados hacia fuera, la cabeza alta, empujando con el pecho, los brazos movidos con ímpetu. Dispuesta a llegar hasta la China caminando. Tan graciosa como gata con botas de siete leguas.

No pudo más que mirarlo sorprendida, tratando de indagar su interés, entender su propia reacción, comprender quién era ese tipo. Se arrancó en una carcajada.

– ¡Es verdad! ¡Qué bueno! Me ha descrito perfectamente. ¡Soy consciente!

Peatones que iban y venían los miraban – ellos dos en medio- para preguntarse que hacían ahí parados, y esbozar luego un gesto de disgusto. El hombre se dio cuenta.

– Perdona. Si tienes un momento… Pongámonos más allá, aquí molestamos.

Hizo un gesto indicativo. La muchacha asintió, arrastrada e intrigada por el hombre, amable, correcto.

– Digo que perdones. Te explico.

Se recostó en la pared de la calleja estrecha, más allá de la esquina. La muchacha se paró frente a él, sin dejar de mirarlo y sonreír, interrogante pero alerta.

– Estoy metido en un curso sobre la estructura y posición corporal de las personas. Me ha llamado la atención tu forma de caminar. Te vengo observando, destacas sobre el resto, no pude resistirme. Lo siento.

La pequeña calleja era lo contrario a la vía principal. Apenas circulaban personas tranquila y despreocupadamente, huyendo del territorio agitado, recuperándose, volviendo a ser. El sol se había ensombrado por la altura de los edificios, y el ruido entraba con sordina.

Ella se lo pensó un rato y contestó.

– Es un poco raro lo que me plantea, noto que ando de esa forma que dice. No sé, siento la necesidad de hacerlo, me gusta caminar por las calles, sortear a las personas, no detenerme, como si algo o alguien tirara de mí. Siento mi cuerpo libre. Sí, esa es la verdad. Y noto un gozo, justo aquí, en el medio del pecho.

– En el timo. Te sientes segura y libre.

Concretó el hombre con aire de sapiencia reciente.

– No sabes cuanto me ha encantado el descubrirte y poder hablar contigo. No me olvidaré.

– ¿Lo contará en su clase? ¿Soy un espécimen digno de estudio?

Preguntó la muchacha con gracia e ironía.

– Para mí sí. No quiero entretenerte más. Ha sido un inmenso placer este momento en medio del agitado aire de la calle.

El hombre inició un gesto de despedida.

– Me ha causado gracia. Desde pequeña me imagino marchando como un soldadito de plomo, o como un personaje de circo en el desfile de presentación. ¡Qué bueno!

Terminó riéndose.

Se despidieron en medio del tumulto esquinado y se perdieron en él. La muchacha abría surco al caminar arrastrando la mirada del hombre. Luego desapareció.

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