CON ALMA DE GRAFÍTO

CON ALMA DE GRAFÍTO

Andrés Blanco

27/02/2016

Cada mañana la veía pasar de la mano de su madre dirigiéndose a la escuela. Otros niños eran mucho más tranquilos, pero aquella pequeña traviesa era pura vitalidad. Tenía la tez muy blanca, y el pelo muy rubio y rizado recogido por una coleta que siempre acababa soltándose antes de llegar a la puerta del colegio; ya que Lucía en vez de caminar, saltaba constantemente por la calle intentando pisar solo las baldosas marrones del ajedrezado de la acera. Otro día eran las baldosas blancas las que quería pisar, pero el caso es que siempre iba saltando feliz, riendo y corriendo junto a su madre.

Muchos niños con sus madres y padres entraban a diario en la tienda de Don Emiliano y se marchaban alegres  con mis compañeros, pero a mí siempre me olvidaban y me quedaba solo, observando la vida pasar a través del cristal. En una ocasión estuve a punto de ser elegido por un mocoso desdentado, de vivos ojos azules, que no apartaba su vista de mí, pero en el último momento se arrepintió. Yo soñaba con que Lucía entrara una mañana con su madre y se fijara en mí. Soñaba con salir de aquél lugar y correr y saltar por el bonito ajedrezado de mi calle con ella.

Habían pasado las vacaciones navideñas y las pisadas de los niños, de vuelta al colegio, deshacían la nieve que ocultaba los colores blancos y marrones de la acera. Durante dos semanas estuve mirando fijamente la calle por si Lucía y su madre aparecían, pero nada de esto ocurrió. Comencé a preocuparme; echando de menos a aquella niña que era la alegría de mis sentidos. ¿Estaría enferma?

Una soleada mañana de invierno yo estaba abstraído viendo cómo se derretía el hielo del escaparate cuando por fin llegó mi destino. Todo fue demasiado rápido y apenas pude darme cuenta de quién sería a partir de ahora mi dueño, pero la alegría de salir de aquella tienda quedaba en cierto modo mitigada al pensar que difícilmente volvería a ver a Lucía.

Al día siguiente comencé a  comprender lo increíblemente sorpresiva que puede llegar a ser nuestra existencia. El destino no deja de jugar con nosotros constantemente y cuando algo parece que no tiene solución giramos ciento ochenta grados, y aquello que parecía negro se convierte en blanco por arte de magia. Somos fichas en un tablero esperando ser recolocadas.

Apenas puedo describir la inmensa alegría que sentí. La abuela de Lucía había sido quien me había rescatado de la tienda y ahora me encontraba junto a su nieta. Recuerdo con alegría las horas que pasábamos juntos dibujando círculos y líneas rectas en todos los sentidos, y escribiendo su nombre en el papel con suaves trazos circulares que acababan con un pequeño rabito al final de la ‘a’  de su nombre. Lucía sonreía cuando estaba conmigo, y yo dejaba que su imaginación se disparara, deslizándome con cuidado por el papel al ritmo que ella marcaba.   

FIN

C/ AVENIDA DE BADAJOZ, MADRID (ESPAÑA)

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