El escondite del tiempo

El escondite del tiempo

Paula

26/02/2016

Despierta San Lorenzo. Cinco de la mañana. 30 grados.

La tierra del maíz. De la yuca, del trigo y los jugos de fruta. La tierra donde el sol te arranca de la cama con su inclemente ferocidad. Si alguien estuvo allí sabrá de lo que hablo. Es un lugar separado del tiempo. En él las horas se estiran como un chicle. Los relojes se paran. La gente habla y camina lento. El calor es abrasador.

Las mujeres amanecen temprano. Montan su pequeño puesto de baleadas, tortitas de trigo que preparan con tino y cariño para que los más madrugadores desayunen. Algunos transeúntes caminan en bicicleta a su puesto de trabajo entre calles llenas de escombros. La iglesia, como centro del pueblo. La iglesia desde la que se oyen en todas las calles de San Lorenzo las plegarias del párroco y sus feligreses. Esa letanía dolorosa y solemne con la que los habitantes despiertan y se acuestan cada día. Pedimos que llueva Padre, pedimos que se lleve la corrupción de nuestra amada Honduras. … El Todopoderoso parece no escucharlas. Nunca llueve.

Los hombres se yerguen pronto también. Arreglan sus aparejos de pesca y montan en su humilde lancha. Puede que hoy consigan no volverse a casa con las manos vacías. El enorme monstruo del manglar, ese gigante de dólares que se instaló a vivir allí hace años les roba el sustento y la dignidad.  Manos vacías y caras cansadas. Otro día más.

Desde la azotea de la sencilla casa donde vivo escucho los primeros movimientos de la ciudad. Aparto mi mosquitera. Ya me acostumbre a dormir en ese extraño cubículo. Imagino que es un noble dosel que me protege de los peligros nocturnos. Lavo mi cara con la paila de agua que me han dejado en la alcoba. Soy muy afortunada. Me asomo al balcón y veo niños en bicicleta acudiendo a la escuela. Respiro. Calor. Miro al cielo. Aprendí ya a predecir si va a llover o no. Hoy tampoco será.  Seis meses así. El campo yermo y las cosechas perdidas escapan entre suspiros de las bocas y el estómago de todas las gentes de esa tierra.

Abajo en la calle silencio. Los laboriosos vendedores ambulantes comienzan su despliegue de medios. En menos de una hora habrán infestado la calle principal con sus puestos de frutas, hamacas tejidas a mano, quesillo, café. La música entonces resultará estruendosa. Pero ahora aún no lo es.

La ciudad va desperezándose poco a poco, se estira, bosteza. Y yo con ella. Un día más al otro lado del charco. Uno más siendo la “gringa” en un país de gente tostada por el sol. Al otro lado del charco, donde el tiempo se paró ahora hace ya muchos años….

CALLE PRINCIPAL. SAN LORENZO VALLE. HONDURAS

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