La historia de mi familia y de parte de mi vida ha estado marcada por la historia de mi abuelo materno, un artista de lo inverosímil que se ganó la vida como empresario cárnico en la ciudad de Tabernes Blanques, en Valencia. Altanero y locuaz, le gustaba hacer dinero para darse el lujo y el placer de regalarlo a quien se lo pedía. Con una gran visión de futuro nunca se molestó por su presente, no vivía pensando en mañana, por eso un día lo perdió todo aunque la culpa no fue suya, sólo se olvidó de la indolencia y crueldad de algunos de sus amigos y familiares que lo llevaron a la ruina. Lo último que dijo antes de morir fueron unas palabras a mi madre para que no se casara con mi padre, pero nací yo y conmigo la posibilidad de enmendar el error histórico de su generosidad genética.
A los 6 años me di cuenta que se me daba muy bien realizar operaciones matemáticas de cabeza. Cuando el profesor Don Pedro nos hacía preguntas de cálculo la mayor parte de las veces era el primero en contestar. Sin embargo en el patio de recreo mi conducta dejaba mucho que desear, me enzarzaba en discusiones y peleas estúpidas, incluso lanzaba piedras para defenderme de otros ataques. Me vestía de fallero con mi hermana Paula y trataba de descubrir la identidad de los Reyes Magos, y efectivamente lo conseguí, me escondí una noche tras la puerta del comedor hasta que mi madre dijo en voz baja: Miguel, ya están dormidos.
A los 14 años empezó la mejor etapa de mi vida, que se desarrolló en el instituto Benlliure. Conocí a una chica que se enamoró de mis manos y cambió mi forma de sentir, luego pasé por una experiencia inefable. La capacidad de comprensión de mi cerebro se expandió durante un año, entre los 16 y los 17. Las ideas se fijaban en mi mente casi sin esfuerzo y memorizaba los párrafos de los libros al pie de la letra. Coincidió con una época en la que mis amigos y yo probábamos las drogas de diseño por diversión, provocándome una explosión neuronal que sirvió de acicate para obtener varios sobresalientes en el curso.
Empecé la universidad convencido de que lo mejor para mí vocación de hacer el bien sería convertirse en ingeniero de Caminos, allá por el año 2.000. Con 26 años corrí mi primera maratón y conquisté algunos de los puertos de montaña más duros de Los Alpes franceses, fiel a mi propósito de quitarme la herencia genética de mi abuelo y restituir la fama de su nombre.
A los 40 años el destino me envió a Cartagena de Indias a construir un tramo de carretera urbana, lo hice, sin embargo la empresa para la que trabajaba quebró, me despidieron y conocí a la mujer de mi vida. Todo lo que acabo de contar es una ficción, lo que acabo de provocar es real.
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