No había cumplido los diez años cuando la persona que yo más quería, mi padre, desapareció de mi vida, sin darme ninguna explicación y “sin decir adiós”.
Esto me hizo sentirme, terriblemente INSEGURA. Esta palabra y la sensación que la acompaña, ha estado siempre presente en mi vida.
El abandono de mi padre me marcó profundamente pero a la vez, me hizo aprender, me hizo intentar ser la mejor en todo. Estaría preparada para demostrar que sin padre yo sería capaz de conseguir todo lo que me propusiera.
Recuerdo que cuando vivíamos juntos él era mi gran héroe. Era escritor, guionista, director de cine, teatro y revistas, todo un artista. Adoraba verle dibujar con aquel dominio, me encantaba su don de gentes, ¡Me sentía tan afortunada de tener un genio como padre!
Aquel sueño había terminado, mi ídolo, tenía los pies de barro y había desaparecido de la película, dejando un triste vacío y un dudoso futuro.
El nacimiento de mi hermana inició la ruptura de nuestra familia. La irresponsabilidad de mi padre derivó en grandes problemas económicos. Mi madre viendo que en esta situación era imposible criar a dos niñas decidió, provisionalmente, que nos quedáramos las tres en casa de mi abuela. Allí residían también mis tres tías solteras. Mi padre desapareció pero mi abuela y mis tías fueron cuatro madres más para la pequeña Paz, mi hermanita bebé, y para mí.
En aquellos años, corría el 1967, nadie en la España de entonces, casi nadie se separaba, no existía el divorcio y estas situaciones eran algo muy mal visto y que yo mantuve siempre oculto.
Iba a hacer la primera comunión, cuando mi madre le dio un ultimátum: “o vienes para llevarnos contigo a nuestro hogar o aquí no vengas más”. Dicho y hecho, no apareció más. Sabía en lo más profundo de mí que este momento sería el detonante que me alejara definitivamente de él. Pasada la comunión, mi madre me explicó que ya no vendría más y recuerdo que la ayudé a romper todas las fotos de él, y a recortarle de las que estaba con nosotras. Este acto me hizo aprender a borrarle de mi vida.
Según iba rompiendo, él se iba alejando. Y algo curioso, con cada foto rota, a mi compañera de acción, mi madre, la sentía más unida a mí, iba escalando puestos en mi estima y cariño. Ella estaba allí aguantando el temporal, dispuesta a salir adelante sola con sus dos niñas y la inestimable ayuda de su entregada familia.
Aún vienen a mi mente los momentos amargos que pasó mi madre. Ella cuando estaba a solas y creía que nadie la oía, lloraba su terrible abandono, su pérdida, su fracaso, todo de la mano de aquel hombre que nunca la mereció.
No puedo evitar las lágrimas hoy todavía al releer este escrito, a pesar de mis 57 años, son heridas que siempre quedan abiertas, aunque siento que el dolor me hizo fuerte.
FIN
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