Me dicen que me acerque, que disfrute del paisaje. Pero yo ya lo hago. Les veo sentados en la arena, a la sombra de esta palmera tan estratégica y fotográficamente colocada, con el agua cristalina del mar frente a ellos y un horizonte infinito marcando sus siluetas.

Respiro el salado y refrescante aire que lo inunda todo con los ojos cerrados y, cuando los abro, me acerco a donde están. Tardo menos de un minuto en sentarme en su sombra, menos de dos en llenarme entera de arena y menos de tres en descubrir su tema de conversación.

Observo las olas romper cerca de nuestros pies, de distintos tamaños, texturas y tonalidades, y conforme lo hago me doy cuenta de que tienen razón: esto es el Paraíso.

Hablamos de piratas; de cómo posiblemente habrían guardado sus reservas de ron bajo alguna de aquellas palmeras, de las batallas que debían haber tenido lugar en aquella misma arena.

Encontramos un cangrejo ermitaño y, tras varios gritos por el miedo a que nos pique, decidimos dejarlo sobre la arena y esperar en círculo a su alrededor a que salga de su concha para andar. Creo que es la primera vez que observo algo con tanto ahínco.

Nos mojamos los pies con el agua y, tras un momento de duda, nos lanzamos a darnos un baño. Apenas vemos el fondo, hay piedrecitas y pincha, así que nos quedamos donde podemos andar de rodillas. Flotando. Porque así es más emocionante. Nos agarramos los unos a los otros, sin dejar de un lado los comentarios que el miedo nos hace decir. Seguro que hay un cangrejo en el fondo que está esperando a que pisemos el suelo para atraparnos un dedo con sus pinzas.

Aterrizamos en la arena y la amontonamos a nuestro alrededor. Acabamos como croquetas rebozadas en pan, crujientes y rugosos. Cuando nos levantamos ya estamos más o menos secos así que la arena se desprende de nuestro cuerpo conforme andamos.

Cuando queremos darnos cuenta llevamos las toallas enrolladas al cuerpo y somos ciudadanos de la Antigua Grecia. Pero entonces las toallas acaban atadas al cuello y nos convertimos en súper héroes, cada uno con su poder especial.

Lo que ellos no saben es que ya poseen poderes especiales. Yo los veo, aunque ellos no puedan. Honestidad, creatividad, imaginación, inocencia.

Mis súper héroes se vuelven una vez más a mirarme al ritmo de un “vamos” dicho casi al unísono. Sonrío y me aproximo. Caminamos, despacio.

FIN.

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