Enciende la estufa de leña con maestría. Selecciona orgánicamente leños de distintos grosores y grados de secado para utilizarlos en distintos momentos del proceso. Después, si es domingo, le pone velas a la televisión. Ir a la iglesia le cansa. No soporta, además, la idea de que no le acompañe durante la celebración: Pensarán que eres protestante… La retransmisión televisiva resulta más honrosa.
Este año cumplirá ochenta y siete, pero desde que la conozco ha sido una anciana. Anciana de cuerpo con pensamiento de niña. Sin mirarse al espejo, sigue siendo hija. Pase el tiempo que pase, sigue desempeñando ese rol con ahínco, ajustándose a un guión que a lo largo de los años le ha dificultado asumirse como mujer, como esposa, como madre, como abuela.
Su madre, mi bisabuela, era una mujer de las que dejan huella. Costurera educada, capaz de hacer patrones y cuentas, decidió mantener a la única hija alejada de esas cosas. Los dos varones fueron a la escuela y, siguiendo al padre, abandonaron la aldea en busca de otro modo de ganarse el pan. En el mercado de abastos de la capital, donde el padre hizo cuentas, ellos cargaron frutas y murieron jóvenes, dejando tres hijas y dos esposas endeudadas que encontraron caminos distintos para superar pena y miseria.
A la hija pequeña, en cambio, le crió para casa. Le casó, todavía niña, con un ahijado que recién regresaba del servicio militar. Llegaba de tres años en los Pirineos, cazando rojos y raposas, con más hambre que gloria. Les quiso descasar, años después, cuando el ahijado habló de unos derechos adquiridos sobre las tierras. Madrastras fértiles que sus hijos no pensaban cultivar ya más, casi un siglo después siguen causando tristezas y desgarros en una familia alejada de la vida rural: la mía.
Tras muchas idas y venidas entre la tierra hostil de la madre y la nueva tierra prometida alquilada por el esposo cerca del mar, la hija decidió acompañarlo a él y a mi padre, su hijo mayor, llevando consigo a los otros cuatro, incluida la hija-hermana heredera del cariño y control de la abuela. Fue, probablemente, la decisión más difícil de su vida y se habría de pasar el resto de ella lamentándola. Porque a la madre se le hizo intolerable verse abandonada de nuevo, que le vieran tal vez, y colgó su cuerpo de un árbol. La hija volvió a la casa y se quedó huérfana de madre para los restos. De padre lo era desde la niñez, cuando el suyo se fue a hacer fortuna e hizo una nueva familia.
Para evitarlo, subimos cientos de metros en dirección contraria, luego bajamos por la carretera y salimos, rodeando la aldea, por el otro lado. No está en una pista lateral ni en una trocha hacia monte: el árbol del que pendió su soga última estaba en la carretera principal, pocos metros más abajo de la casa de piedra. Camino a todas partes. No deseó permanecer demasiado tiempo a la intemperie.
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