Nació en 1901. Una muñeca hermosa que fue bien recibida por un padre muy joven, muy guapo y muy rico y una mamá que estuvo poco con ella porque murió a los pocos días de dar a luz.
Cuando cumplió tres años, quedó huérfana: su papá murió repentinamente de un infarto. En su testamento claramente asentaba que en caso de faltar él, la patria potestad de la niña pasaba a su mamá, la abuela María.
Y así fue.
Cuando creció un poco, para que no se sintiera tan sola, le trajeron de Alemania una muñeca de su tamaño con cara de porcelana, cuerpo, brazos y piernas de pasta, ojos que parecían ver de verdad, pelo sedoso y rizado como el de ella y un cordón que sí se jalaba para un lado decía «mamá» y si se jalaba para el otro, «papá». Esa muñeca fue su compañera. Sentada en su cuarto la veía levantarse, la acompañaba en el carruaje que la llevaba y traía de la escuela y la miraba en la noche, mientras dormía. Eran inseparables.
Parecía que todo iba bien, pero no… La familia materna, de apellidos socialmente conocidos, quería a la niña para administrar su herencia. Así es que más por interés que por cariño, peleó la custodia argumentando, miserablemente, lo que tanto se usa para quitar de en medio a alguien: locura. Y mientras los abogados veían como abolir algunas cláusulas del testamento, la familia decidió robar a la pequeña.
El día planeado, cuando el cochero fue por ella a la escuela, con la muñeca sentada, como siempre en el asiento trasero, le informaron que un tío materno había ido ya a recogerla y el cochero regresó solo, con la muñeca que de lejos, parecía una niña de verdad. La abuela la esperaba como siempre en la puerta de la casa y tuvo un mal presentimiento al ver, de lejos, solo una cabecita. Casi muere de tristeza y de coraje cuando se enteró de lo sucedido.
Sabía que la niña no podía estar sin su muñeca, así es que con lágrimas se la hizo llegar.
Fue un pleito sucio y al final, la abuela María firmó todo lo que tuvo que firmar para que se le permitiera ver a su nieta regularmente.
Muchas cosas pasaron después de eso. Niña y muñeca sufrieron varias caídas, se rompieron y fueron reparadas cuantas veces fue necesario. La niña creció, se casó, tuvo hijas y nietas. Todas jugamos con su muñeca. Mi abuela sólo llegó a los 85 años. Murió de un infarto. La muñeca en cambio, aunque perdió la voz, tiene ya más de 100 y pasó a mis manos con su cara de porcelana llena de cicatrices.
Aquí la tengo, sentada, viendo la vida.
Mis nietas le tienen cierto respeto, les asustan un poco sus ojos tan diferentes a los de las muñecas de ahora. A mí me gusta. Es como tener a la abuela en casa.
FIN
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