Dicen que uno nunca puede llegar a imaginar qué será lo que  marcará nuestro recuerdo y se convertirá en algo que formará parte para siempre de lo que somos. Que sólo se sabrá con el paso del tiempo, cuando uno vuelva la vista atrás.

Yo no lo creo.

Hace una semana que fui a ver con mis hermanas West Side Story en el cine, una película musical que acaba de llegar a España  y sé con toda certeza que formará parte de nuestras vidas para siempre. Quien haya tenido ya oportunidad de verla, entenderá lo fácil que nos ha resultado identificarnos con Anita, María y las demás, trabajando como trabajamos en el taller de costura de doña Ángela, todo el santo día metidas entre tijeras y agujas con el único momentito de libertad de cuando doña Ángela se va a la misa de siete en San Vicente. Entonces sí. Entonces el taller se convierte en un guateque de cotilleos, risas, canciones y confidencias propias de los 20 años de media que tenemos todas las que estamos allí.

Mi hermana Rosa dice que ella es como María, que está esperando a su príncipe azul, que aparecerá en cualquier momento, al doblar una esquina, “Podría ser, ¿quién sabe?” Ayer intentó imitar la canción de las chicas en el taller de costura y por poco se cae de la mesa de trabajo. Se resbaló al pisar la punta de un rollo de tela y fue a caer de culo entre los rollos  y los muestrarios de boda de doña Ángela. El susto que nos llevamos fue bien grande, sobre todo porque a la tontorrona de la risa que le entró no le rompía la respiración y se pasó casi un minuto con el gesto de reírse pero sin poder hacer ningún ruido, ni respirar, tirada en la mesa como estaba, enrollada en telas y sin decir ni jota. Menos mal que nos dio tiempo a recoger todo antes de que llegara la vieja,  que si no todavía lo estamos pagando en horas extra.

Y la mayor de mis hermanas, Amelia, ésa es como Anita, nos controla a todas y da la cara por nosotras cuando nos desmadramos en nuestra hora de misa más de la cuenta. El caso es que para el ambigú de esta noche nos ha hecho con retales y restos de encargos de las clientas un vestido nuevo a cada una, ¡como para no pensar que estamos dentro de la película!  En cuanto suene Perdóname, del Dúo Dinámico, estoy decidida a bailar con Agustín, mi Toni particular. En ese momento, en mi mente, se apagarán todas las luces y sendos focos nos iluminarán a Agustín y a mí, para disfrutar de tres minutos de máxima cercanía, de hundir mi cabeza en su cuello y oler su aroma…

Ya os contaré, pero os digo que mínimo, lo tengo que dejar igual de encandilado que María dejó a Toni después del primer baile en el gimnasio.  

FIN

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