La llegada se produce una tarde soleada a un puerto tranquilo de Venezuela. Al bajar del barco fueron todos trasladados en autobuses, característicos de aquellos años 50 del siglo XX, al Centro de Recepciones de Inmigrantes de El Trompillo, habilitado por el gobierno para recibir a exiliados políticos y emigrantes que huían de los desastres de la guerra.

El Centro de Recepciones había sido dotado por el ejército de barracas de metal, de techos curvos, dispuestas en forma de herradura en plena naturaleza de la hacienda virgen. En estas casas vivieron los emigrantes la llamada»cuarentena», donde cada persona era revisada por un médico y vacunada contra las enfermedades.

Pasado el tiempo reglamentario, los inmigrantes fueron llevados a las colonias agrícolas. Esta situación hizo que se crearan grandes lazos de amistad y se conformara una gran familia, se ayudaban unos a los otros y se retrataban juntos, como parece que se acostumbraba en la época. Los mayores atrás, y los pequeños adelante. Mi tía, ya casi una adolescente, había entablado amistad con chicas de su edad, y mi madre, una niña aún, siempre junto a sus inseparables amigos, compañeros de juegos y de vida.

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Todos aquellos inmigrantes se consideraron siempre venezolanos venidos más allá de las fronteras.Los padres trabajaron la tierra. Los hijos estudiaron. Lograron ser felices, pudiendo no olvidar pero si disipar de sus mentes los duros años de la posguerra.

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