Hace un tiempo me dio por desmenuzar las fotos que guardaba mi madre como gran tesoro, empezaba por mi abuela, tenía unos zapatos de charol impecablemente lustrados en negro, que no tenían problemas en mostrar  su  carácter orgulloso , ya la recuerdo corriendo de aquí a allá, siempre con la cualidad de organizarlo todo. En cambio al lado, asomándose tímidamente por el pantalón, emergían una parte de los  zapatos de mi abuelo, eran un poco marrones, normales y comunes más bien tímidos, como si quisieran pasar desapercibidos por esta vida, además siempre estaban un poco gastados, quizás por los 20 años de más que le llevaba a mi abuela.

 Luego cojo otra foto y aparece mi madre con sus zapatos grises, que si de haber sido animales hubieran sido ratones, yo siempre les encontré un gran parecido y eso me daba risa.  Con ellos se podía adivinar la comida del día, siempre dejaba entrever una manchita de tomate o de lo que cocinara, cada vez que los escuchaba acercarse me hacían sentir en una total seguridad.

 Pero las generaciones cambian, eso me lo cerciora cuando veo  las fotos de mis sobrinos, con zapatos como si quisieran tocar el cielo, tienen la fuerza de un huracán y la capacidad de transgredir las reglas, tienen colores luces y olores es un verdadero carnaval de sensaciones y por último, en el fondo de la caja  encuentro al pequeño Martín, ni siquiera tiene cinco meses y le ponen zapatos sólo con la finalidad de decorar como cuando se decora un caballo en el circo, yo creo que por eso  mueve tanto esos pies, para liberarse de algo que para él no tiene ningún sentido.

 Cada vez que termino ver estas fotos, a la misma hora saco la misma conclusión, de que todo el mundo está acostumbrado a mirarse a los ojos para nadie lo hace a los pies, cada uno tiene una personalidad diferente: los hay curiosos, elegantes, sexy, tímidos, coloridos  deprimidos, arrogantes y andarines,  todos ellos tiene un mundo que contar  y mostrar su paso por esta vida…

 Es por eso que cada noche hago la misma rutina, le muestro a mis pies las fotos de toda mi familia, les hago recordar cómo eran ellos, que caminaban rápido para un lado y el otro, tan rápido que a veces yo no podía seguirlos, porque desde el día que el doctor con su aura de ciencia les dijo que estaban parapléjicos, no se movieron más, yo les digo que con esa noticia ellos sólo quedaron  perplejos, por eso los hago recordar y recordar, y a veces cuando están muy cansados les recito una parte de un poema de Machado que dice “…caminante no hay camino se hace camino al andar…”(1)

   Fin                                                                

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1.-Extracto del poema Caminante no hay camino (Proverbios y cantares), de Antonio Machado. 

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