La rabia que me daba al ver sus lágrimas, me hacía odiar esa roída foto, que doña Inés una vez más sacaba del viejo cajón, la de su gran amor, como de costumbre se aferró a ella, tal como lo hizo con su propia vida, apegada a su recuerdo, aun cuando no tenía que ver la foto para contemplar su rostro, por el vástago que le quedó de su breve encuentro y que era su viva imagen.

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Su familia era muy tradicional, su padre realzaba el valor de sus apellidos, y jamás permitiría que su hija, se casara con alguien sin apellidos notables como el suyo.

Inés era una chica  linda y sencilla que nunca pondría un requisito tan superficial ante el amor verdadero, trataba de fijarse en los chicos que su padre aprobaría, pero sin limitar la oportunidad a quién bien la mereciera.

Todo sucedió muy rápido, fue al muelle por un encargo, en sustitución de su prima indispuesta,  ahí estaba él, bajando del barco, con toda su Juventud y  buen aspecto, el destino quiso que fuera así, sus miradas se cruzaron, el amor había llegado, supo que el barco partiría esa misma noche, pero el prometió volver y ella esperarlo, y ante esas promesas no pudieron resistirse a su deseo y planificaron el breve encuentro, que tuvo al amor como protagonista.

Su padre le exigió  interrumpir el embarazo, pero ella huyo lejos  para salvarlo, enfrentó a una dura sociedad que la condenó, pero tenía a su hijo y la promesa de que él pronto regresaría.

Fue en su lecho de muerte que me contó esta  historia, para que supiera de su pronto retorno, con el encargo de decirle que aún en la otra vida lo estaría esperando, a pesar de que esto me hizo pensar que en algún lugar estaba él y que después de todo no era como todos me decían, “el hijo de doña Inés, el que no tiene padre”, su relato aumentó más mi rabia, mi primera intención fue destruir la foto para tratar de borrar sus lágrimas, pero decidí buscarlo, para reclamarle por abandonarla, y supe que esa misma semana el barco se hundió, el ayudó a salvar muchas vidas antes del rescate, dejó una carta para despedirse, reafirmando su amor y pidiendo perdón por no  poder buscarla, antes de morir por neumonía, debido a las gélidas aguas. Recibió muchos homenajes póstumos por su heroísmo, que ahora me fueron presentados.

Su padre tenía títulos de nobleza y apellidos prominentes, que me fueron otorgados, se alegró de recuperar a su hijo al ver mi rostro, aquellos que me marginaron, hoy me ofrecen todas sus galas, pero eso ya no tiene importancia. Ya sé que tuve un padre “el más heroico” y mi madre “la más valiente”  y que su amor fue fiel hasta sus muertes.

Ahora soy yo quien se aferra cada día más a la roída foto, y me consuela saber que por fin, ella ha ido a su encuentro.

FIN

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