Todas las noches me duermo bajo los ojos atentos de mi madre y de mi tía que velan mis sueños desde las fotografías que tengo en la pared. A veces recuerdo las palabras de mi abuela: «tu madre siempre fue muy veleta. Empezaba una cosa y enseguida se cansaba, pero a tu tía le pagué unos estudios porque era muy aplicada». Quiso apuntarse a un curso de mecanografía, pero a los tres meses se cansó de darle a la tecla. Luego trabajó de dependienta en una óptica, pero salió tarifando con varias clientas. Al final, con algo más de treinta años, decidió irse a trabajar al extranjero. Llenó su maleta de cuadros con su mejor ropa, sus novelas rosas y su bloc de notas, porque ella soñaba con ser escritora, y emprendió la aventura de su vida.
Sí, mi madre fue una de tantas españolas que emigró a Suiza en los años sesenta. Mi padre también. Se conocieron allí. Él se fue a trabajar al norte de Alemania. Un domingo fue a visitar a la tía de un amigo suyo que regentaba una pensión en Suiza y allí conoció a mi madre. Volvió todas las semanas y a los seis meses se casaron. Se alquilaron una casa en Baden Baden donde vivieron felices. Recorrieron Alemania, hicieron excursiones a Italia, a Francia… Se abrieron al mundo cuando en España la dictadura de Franco todavía tenía limitadas las libertades y los sueños.
Un día mi abuelo paterno se murió de repente. Vinieron al entierro y ya no regresaron. Nos tuvieron a mí y a mis hermanos. Pasó a ser “ama de casa” y nunca se cansó de repetirme que no se tenían que haber vuelto porque allí se vivía mejor. «Si la abuela me hubiese pagado unos estudios, otro gallo cantaría», me decía muchas tardes mientras yo merendaba a su lado.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />
Mi tía la observa desde la otra foto. Sabe que mi abuela tenía razón. Ella terminó la carrera y consiguió una plaza en un pueblo de Guadalajara. Allí conoció al que fue su marido, y permaneció siendo la maestra del pueblo hasta que cerraron la escuela por falta de niños. Ser maestra en pleno franquismo no fue tarea fácil. Trabajaba en casa, en la escuela, cuidaba de mi primo, iba a recoger olivas… y nunca le faltó una sonrisa en la boca. Ahora, cuando miro la foto de su escuela, pienso: «estoy orgullosa de ti; has sido la profesora, la madre, la tía… que todos quisiéramos tener».
Reconozco que a mi madre no la he encontrado tantas virtudes como a mi tía, pero no por eso la he querido menos. Tenía un carácter muy temperamental, era valiente, no se callaba ante nada…, pero un cáncer traicionero le secó su fuerza. Mi tía se fue con ella a los pocos años. La quería demasiado como para vivir sin ella. Pero las dos siguen estando conmigo y me siguen contando historias desde las fotografías que visten las paredes de mi dormitorio.
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