A mi abuelo le tocó la mili en 1914. Tiene una foto con dos fusiles y una sonrisa franca que demuestra las bondades que le deparó su deuda con la defensa de la patria.La fortuna determinó una coincidencia con el coronel del regimiento.
Y esto, evaporó la disciplina, desactivó la recalcitrante distancia despersonalizadora entre el mando y la tropa, obró como bálsamo contra la marcialidad, desterrando el trato castrense por una entrañable cordialidad. Se desmantelaron súbitamente siglos de jerarquía, de vasallaje, de ordeno y mando.
La mentalidad militar desmontada, dejó paso al servicio de la sociabilidad y del cariño interpersonal.
El coronel se sintió transfigurado ante la concordancia. Su natural egocentrismo, propio del gobierno y la autoridad se demudó en ternura.
— ¡Sargento!
— ¡A la orden, mi coronel!
—Tráigame a este recluta –indicando con su índice sobre el nombre en un impreso documento oficial-. Que se presente a mi inmediatamente.
El coronel tenía delante de sí una petición por escrito para la exclusión del servicio militar por causas familiares graves, de un recluta llamado…
— ¡Enseguida, mi coronel!
A los diez minutos mi abuelo, tembloroso y abrumado por la inesperada rapidez de respuesta, pensando lo peor, estaba frente a la puerta del despacho del coronel con el gorro en la mano.
— ¿Da su permiso? –gritó el sargento anunciando sus presencias.
—Adelante, sargento
—Este es el recluta que me ordenó conducir ante usted.
—Bien. Puede retirarse
— ¡A la orden!
— ¡Tú! –Dijo el coronel agitando su índice mientras miraba al recluta petrificado en el umbral-, ¡pasa!
—A sus órdenes, mi coronel.
— ¿Cómo te llamas?
—Fernán González Cayo, para servirle.
—Mira chaval… No se puede andar por la vida con ese nombre y esos apellidos.
— ¿Cómo no, mi coronel?
—Porque son los míos
— ¿Cómo dice, mi coronel?
—Yo soy Fernán González Cayo
—Y yo también. Si me permite decirlo, mi coronel.
—Gloriosa coincidencia… para ti
— ¿Que quiere decir?, mi coronel
—Que me has caído en gracia. Alguien que, soy yo reencarnado, debe ser cuidarlo como se merece.
— ¡A sus órdenes, mi coronel!
—Así será. A mis órdenes… directas. Te nombro mi jardinero. Por lo tanto quedas rebajado de todo servicio e instrucción hasta nueva orden. ¿Conoces algo de cultivar plantas?
—Soy hortelano, mi coronel.
— ¡Albricias! No tendrás una mili, sino unas vacaciones.
Así fue como mi abuelo, por una avenencia del destino quedó relevado de más de dos años de servicio militar, que por entonces era común en aquellos que no podían pagarse su exención.
A los dos meses de una vida privilegiada al lado del coronel, trasladaron a éste a la otra punta del país. El coronel propuso amistosamente la continuidad del servicio a mi abuelo, desplazándose con él. También tuvo en cuenta su petición por asuntos familiares. Mi abuelo regresó a casa. El militar quedó tan rendido por la sincronía nominal de su tocayo que terminaron como amigos, ofreciendo sinceramente su influencia para lo que mi abuelo precisase en el futuro.
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