LA TURISTA Y EL HERRERO

LA TURISTA Y EL HERRERO

LA TURISTA Y EL HERRERO

…espero que al recibir esta  estéis bien, nosotros bien. Dice la abuela que tiene muchas ganas de veros, dice el abuelo que si vendréis en verano al pueblo.

Así empezaban las postales o las cartas que yo escribía, dictadas por mis abuelos a mis tíos que habían emigrado, unos  a Francia y otros a Benidorm y como mi abuela recordaba cada uno de los cumpleaños de toda la familia, cuando se acercaba la fecha de alguno de ellos, íbamos a una papelería  a comprar una postal para mi tío Pedro, por ejemplo, que tenia dos hijos, y buscábamos una tarjeta con una escena de una familia: junto a una chimenea, o delante de un televisor, elegantes, sonriendo y con gesto de bondadosa felicidad.

Los personajes de la postal no se parecían en nada a mis tíos ni a mis primos y mi abuela y yo acabábamos discutiendo porque yo le decía que esos niños no se parecían en nada  a mis primos; los niños de la foto son rubios y mis primos son morenos, qué más da decía mi abuela; nunca entendía esa manía suya de buscar familias postizas y escenas idílicas. El color de aquellas postales siempre me parecía artificial.

La cartas a mis tíos los que vivían en Francia siempre eran más triste- la distancia nos parecía insalvable- pero como ellos no sabían leer, yo mandaba mensajes para mis primos en los que les contaba cosas de la fragua o que había aprendido a montar en bici y les preguntaba cómo se decía Benito en francés.

Mi infancia transcurrió en  la casa de mis abuelos maternos, mi abuelo era herrero y su fragua mi lugar favorito; a mi abuela en el pueblo la llamaban la turista y lo que le gustaba era conocer mundo, aunque ese mundo no rebasaba las fronteras de nuestra provincia.

A mis abuelos les gustaban las ciudades con mar, llenas de turistas sonrientes y mucho colorido. Nuestro pueblo es árido y está poblado de gente taciturna.

Mi retina estaba acostumbrada al rojo incandescente del hierro, a la serenidad de los barbechos y al verde de los olivos.

A veces yo le proponía que compráramos una postal con una imagen del pueblo y ella dudaba y decía: sí para que no se olviden… pero  rectificaba y decía, ¡qué puñetas! de quien no tienen que olvidarse es de nosotros y sacarnos de aquí.

Las cartas estaba llenas  de nostalgia, pero el final siempre era esperanzador y decían: dice la abuela que falta poco para el verano, que si nos admitís iremos los tres, que el medico le ha dicho que el agua del mar es muy buena para su reuma.

A mi abuela  le gustaban las familias de postales, a mí, la nuestra pero no en nuestro pueblo, sino en uno con puerto y muchos barcos de vela

FIN

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