¡Papi! me das tu gorila negro para jugar en mi cuarto. Mi tortuga se murió, dice mi má. ¿Quieres jugar? No te pongas serio. Si yo fuera ese capitán de la historia que me contaste, ese de los cabellos negros y largos con un parche en el ojo izquierdo, podría darte con mi espada la libertad. Yo sé que estas preso.
¡Toma!. ¡Toma! Papi, ¿me compras una espada?
Javiercito con la piel morena danzando por sus siete años vivía en una casa rentada, con sus padres, que alguna vez sonrieron. Javiercito, obediente tomaba su pastilla, una al despertar y otra antes de dormir. Era una pastilla verde, para la ansiedad, les dijo el doctor. Ma, si yo fuera ese príncipe a caballo de la historia que siempre me cuentas te libertaba de la bruja mala. ¡Toma. ¡Toma! Ma, ¿me compras un caballo?
Al llegar a la cama, la luz negra entró como una pedrada y en silencio comenzaron a surgir esas imágenes febriles. Un gusano enorme se subía a su pecho y se metía por su garganta. De repente, su tortuga muerta se movía lentamente delante de sus ojos. Olía a flores, como la loción de Ma, se contestaba. Una loba abrió su hocico y se tragó a la tortuga. Fue entonces que apareció el dragón de grandes ojos. Alzó una de sus bestiales patas para aplastar a la loba.
Somnoliento, Javiercito caminó hasta el cuarto de sus papas. Se acercó a la cama.
¡Papi! ¡Papi! me puedes dar otra pastilla. La loba mató al dragón y quiero ir a buscarlo.
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