La mirada inocente de los niños

La mirada inocente de los niños

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Sabía que mi familia era diferente a las de nuestras amigas de clase, ellas vivían con sus padres y hermanos. La nuestra era una familia grande, padres, abuelos, tíos, primos y todos vivíamos en la misma casa. Habíamos emigrado a Bélgica y vivíamos en una casa muy grande. Tenía tres pisos, un sótano para el carbón, otro para la gran caldera que nos calentaba en invierno. Los pequeños teníamos una sala de juego con una puerta por la que accedíamos al jardín. Había un cerezo, un lila, flores, podíamos ir en bicicleta o soñábamos a ser cantantes famosos con una guitarra de juguete en la mano y cantando a voz en cuello.

Los niños nos lo pasábamos en grande, jugábamos, peleábamos, llorábamos y reíamos. Ahora, ya mayores recordamos con una sonrisa en los labios, como nuestra abuela nos ponía en fila y nos obligaba a tomar una cucharada de aceite de hígado de bacalao, esto ocurría entre llantos, rabietas, etc. Era un brebaje asqueroso, pero ella nos explicaba que debíamos tomarlo porque era bueno para la salud. A nosotros nos gustaba más el día que nos preparaba un ponche con Quina Santa Catalina e íbamos más “alegres” al colegio.

Cómo no recordar las celebraciones navideñas, las de San Nicolás y los grandes eventos, comuniones y bodas. Siempre éramos muchos y se organizaban grandes festines en unas mesas grandes, o así las veíamos los pequeños. Esperábamos impacientes la llegada de San Nicolás con los juguetes y los de Navidad. En casa siempre compraban un árbol gigante que adornábamos con profusión de luces, bolas y muchos colores brillantes. Ese día era especial, las mujeres se metían en la cocina y preparaban manjares suculentos. Era la gran noche y podíamos ir a dormir tarde, hasta que distribuían los regalos. Recuerdo la emoción que se podía ver en nuestras caras e incluso en la de los mayores.

El domingo era un gran día para todos. Por la mañana nos enviaban a buscar los “pistolets” a la panadería. Unos panecillos especiales que untados con mantequilla y mermelada están deliciosos. Los mayores tomaban café y los pequeños leche con chocolate. Si hacía buen tiempo nos íbamos de picnic a uno de los múltiples parques que hay en Bruselas,  jugábamos a pelota con nuestros padres y tíos.

Cuando eres pequeño no comprendes y ni tan siquiera sospechas que pudieran existir tensiones entre los mayores, pero las había. Al cabo de unos años la familia se disgregó, cada grupo familiar se fue a vivir a otras casas, la familia se reducía a su mínima expresión, padre, madre e hijos. Recuerdo que los niños lo pasamos muy mal ya que estábamos acostumbrados a vivir juntos, a jugar, a contarnos las cuitas y las alegrías. En esos momentos la palabra familia adquirió otro sentido, se empequeñeció.

Con lo vivido hasta ahora no podría decir qué es mejor o qué es peor. Afloraron celos, egoísmos y reproches. ¿Dónde quedaron nuestras miradas inocentes?

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