UNA VERDADERA FAMILIA

UNA VERDADERA FAMILIA

Olga Casado

05/05/2014

Mi familia era rara. Pero rara, rara. Mis padres se habían divorciado siendo muy niña y yo no entendí lo de separarme de mami el fin de semana, pero con el tiempo todo se aclara y a mí me quedó clara una cosa que dijo mamá: mejor si la vida multiplica por dos.

Acepté que tener dos familias era mejor que una sola: Tenía dos dormitorios preciosos, dos almohadas especiales para las pesadillas, dos viajes veraniegos al año y el doble de regalos que cualquier otra niña. Eso hasta que llegó al cole María Carantoña y leyó la lista de cosas que le habían regalado por Reyes; no tuve más que contar para saber que en mi vida ya no era todo tan raro…

Mamá me compró una perrita Chihuahua y al principio marchó todo bien. Pero a Piti le diagnosticaron depresión a causa de la soledad siete a nueve diaria, y mamá tuvo que buscar en la perrera una compañera de cuarto que se llamó Poti. Piti y Poti nos hicieron la vida más fácil, porque no volvió a haber depresiones en casa.

Mi padre conoció a Marinela, que tenía dieciocho años menos que él y solo catorce más de los que yo había cumplido aquel año. Papá se enamoró locamente de ella, lo sé por la cantidad de zapatos y bolsos que había en su armario. Tanto es así que hubo que alquilar otra casa con un vestidor para ella y un armario aparte para las cosas de papi. Mi nuevo dormitorio tenía de todo, pero me tiraron la almohada de las pesadillas porque a Marinela le pareció cochambrosa. Fue la primera vez que yo sentí el dolor de la pérdida, y no hubo nada multiplicado por dos que paliara jamás aquella carencia.

Con el amor de papá llegó el odio a mamá. Nunca supe si amor menos odio era igual a cero o también se multiplicaban por dos las emociones extremas y por eso vivimos tiempos convulsos. Mi padre me obligó a ver en Marinela una madre, porque lo accidental en su vida había sido mamá. Mi madre por su parte dejó clara otra cosa: el amor es la síntesis de dos cuando los dos son idénticos.

Al principio no entendí aquella frase, pero después comprendí que la multiplicación de dos cosas era lo mejor que podía pasarte, siempre que al dividir y dividir y dividir el resultado final fuera uno.

Multipliqué a mi padre por Marinela, a Marinela por el número de zapatos del vestidor, a los zapatos por todos los bolsos, a los bolsos por las camisas de papá en el armario, y la verdad es que nada cuadraba. También multipliqué a papá por mamá por si acaso, y entonces resultó que el uno era yo. Y al multiplicarme yo por mis padres me encontré dividida, partida en dos estupefactas mitades.

Entonces me metí más en mí misma y fue cuando sucedió lo impensable: mamá se enamoró de Patricia y formamos una verdadera familia.

FIN.

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