La tarde brilla en hermoso esplendor, el crepúsculo baña el horizonte que me indica que se acerca el fin de la jornada, retornan las cabras al corral desde el cardonal, y atrás se acerca el amor mío, se oculta el patiquín entre cujíes, hasta que doña chila, cual celestina, de señas para el momento divino del encuentro de las almas, del encuentro de la vida. Esa tarde la velada fue triste, el anunciaba su partida al telégrafo de la capital y yo en mi soledad, mientras el barco partía sentía crecer en mi vientre el fruto del amor.
La distancia se volvió tragedia con la muerte del pequeño crio de apenas meses de nacido… solo escuchaba de voces agoreras que señalaban el fracaso del amor perdido. Sin embargo, un viraje inesperado cambió los trazos de la historia cuando recibí carta de amor, que incluía el boleto de partida hacia un nuevo destino, construir familia en nueva tierra. Caracas, me recibió de brazos abiertos y yo siempre agradecida esperaba a mi esposo que volvía, del agotador trabajo del tic tac del telégrafo, en la Santa Capilla, porque en la compañía de Jesús Eucaristía conseguíamos la fortaleza para continuar la educación cristiana de nuestros cinco hijos.
Suelo evocar de esa época tantas vivencias y avances, que hacían cada día todo distinto, ya en casa hay luz eléctrica, y mi Miguel hasta compró una nevera y está ahorrando para el televisor porque desde esa caja negra, podremos ver el Show de Saume y en unos años hasta la llegada del hombre a la luna. Es que ahora se viaja en Avión y con el metro ya no se escucha “en la parada por favor”, la ciudad crece hacia el este y se compra en centros comerciales, atrás quedaron La India, El dedal de Oro, Bazar Caracas, las retretas de la Plaza Bolívar y sus Carnavales con negritas populares y luego en la semana mayor la procesión del nazareno de San Pablo, para cumplir las promesas por aquel milagro concedido.
Así, con esfuerzo y dedicación levantamos la familia, cinco hijos vivos, unos vivos y otros pendejos, pero como decía el compadre Orión “todos comen”. Y se alimentaron de afecto, de valores y moral con la sagrada misión ciudadana de construir patria. Ya no trazo mi destino, solo recojo las huellas del camino. Sigan hijos, recorran la senda que junto a tu padre abrí y multipliquen amor a sus familias, en mis nietos y bisnietos. Esta es mi historia familiar inacabada que continua extendiendo el ADN de mi raza caquetía. He vuelto a la Casa del Padre luego de 101 años de amor al prójimo, y desde este espacio divino les bendigo, recordándole a las generaciones por venir que la semilla del sublime sentimiento germinó en tierras corianas, uniendo dos vidas que se fusionaron en llama de amor viva y formaron una gran familia, siéntanse orgullosos que en la unión Zavala Reyes esta la gracia de la vida.
FIN.
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